La rabia: comprendiendo y canalizando esta emoción
La rabia es una emoción poderosísima y natural que todos, como seres humanos, experimentamos en algún momento de nuestras vidas. Se manifiesta como una respuesta emocional a situaciones percibidas como amenazantes, injustas o frustrantes.
A pesar de que es una emoción absolutamente humana y universal, en muchas culturas la rabia está estigmatizada y se considera una emoción “negativa” que debe ser reprimida, suprimida y controlada. Las normas sociales dictan que ciertas emociones etiquetadas como negativas deben ser controladas para mantener la armonía y la cortesía en las relaciones, y entre estas emociones está la rabia. También existe cierta perspectiva de género asociada a esta emoción; así como permite que los hombres expresen más la rabia, en el caso de las mujeres se las enseña a ser más sumisas y no mostrar esta emoción. Esta doble moral puede llevar a que la expresión de la rabia por parte del género femenino sea vista como algo histriónico e inapropiado.
Los medios de comunicación, a menudo, retratan la rabia de manera negativa asociándola con violencia, descontrol y comportamientos antisociales. Esto refuerza la percepción de que la rabia es una emoción indeseable. Pero, aunque a menudo se asocia esta emoción con comportamientos negativos y destructivos, la rabia también tiene un propósito fundamental en nuestra supervivencia y bienestar. Desde una perspectiva evolutiva, la rabia bien canalizada puede movilizarnos para defendernos, proteger nuestros límites y luchar por lo que consideramos justo.
El quid de la cuestión está en aquellos casos en los que la intensidad de la rabia nos toma por completo y nos resulta difícil de manejar y gestionar. Esto es algo que, habitualmente, está directamente relacionado con traumas no integrados de nuestro pasado. Y ojo, aquí me gustaría hacer un inciso para recordar que un trauma no es necesariamente un accidente de avión, un terremoto o un incendio; sino que trauma puede ser un evento que genera una respuesta emocional intensa y que sobrepasado nuestros mecanismos de afrontamiento. Conviene recordar que los mecanismos de afrontamiento de un niño o un bebé son mucho más básicos que los de un adulto y que episodios que ahora, quizás, vemos y superamos como una anécdota, para un niño de 3, 5 o 9 años puede constituir un trauma.
El trauma juega un papel crucial en cómo experimentamos y expresamos la rabia. Las experiencias traumáticas, especialmente las ocurridas en la infancia, pueden dejar profundas cicatrices emocionales que afectan nuestra capacidad para regular nuestras emociones, pudiendo hacer que la rabia que sentimos sea más intensa y difícil de manejar. Esta emoción se activa como una respuesta defensiva a amenazas percibidas, y si el trauma no está integrado puede activarse incluso cuando esas amenazas no son reales en el presente.
Las personas que tienen dificultades en la gestión de esta emoción pueden encontrar que su rabia surge de manera desproporcionada ante desencadenantes menores, o que se les complica expresar o canalizar su rabia de una manera saludable. En estos casos, la rabia puede ser un síntoma de esos traumas o heridas emocionales no resueltas que requieren de atención y sanación.
Además, la estigmatización social de la rabia y la tendencia a la supresión (o a intentar reprimirla) puede tener efectos negativos para nuestra salud mental e incluso física. La rabia reprimida puede manifestarse, por ejemplo, en forma de ansiedad o depresión. A veces luchamos tanto para reprimir nuestra rabia que nos desconectamos de nuestras emociones y, a su vez, empleamos tanta energía y atención en reprimirla, que no tenemos energía y atención disponible para dirigirla hacia otros temas u otras cosas que nos importan.
Cómo canalizar nuestra rabia
Aprender a canalizar nuestra rabia, es un asunto fundamental para nuestra salud y bienestar en la relación con nosotros mismos y para unas relaciones interpersonales saludables. El primer paso para hacerlo es reconocerla, aceptarla y validarla sin juzgarla. Si sentimos rabia es porque estamos viviendo algo injusto, amenazante o frustrante o quizás porque algo ha resonado con un asunto del pasado no resuelto. En realidad, es una emoción que tiene un cierto carácter protector y que está llamando la atención sobre algo importante que tenemos que mirar.
Trabajar en nuestra regulación emocional puede ser importante para ayudarnos a gestionar esa rabia. Podemos utilizar técnicas de respiración, de mindfulness o de relajación para regular y relajar nuestro sistema nervioso y a partir de ahí actuar sobre el detonante tomando responsabilidad sobre nosotros mismos. Quizás tengamos que aprender a decir no, a poner límites saludables o aprender a ponerlos, practicar el autocuidado, tener alguna conversación y hablar de lo que nos molesta con alguien, llevar algún tema a terapia, etcétera...
A veces, la intensidad y la energía de la rabia es tan grande y abrumadora que requiere de un trabajo físico para aliviarla. Practicar deporte puede ser una buena forma de liberar esa energía acumulada, pero, ojo, cuando esa intensidad es tan grande y permanece en nuestra vida de manera reiterada, es indicativo de que quizás haya algún tema del pasado que aún tengamos que integrar. Trabajar con un terapeuta puede ayudarnos a identificar y sanar las heridas emocionales que están en la raíz de nuestra rabia. Esto incluye reconocer e integrar las partes excluidas de nosotros mismos.
La rabia, aunque a menudo es temida, mal vista y malinterpretada, es una emoción esencial que puede servir como una poderosa defensa de nuestro bienestar. Reconociendo y aceptando nuestra rabia sin juzgarla, y aprendiendo a canalizarla de manera saludable, podemos transformarla en una fuerza constructiva para el cambio personal y la protección de nuestros límites. En el proceso, también podemos sanar heridas profundas que alimentan nuestra rabia, integrando las partes excluidas de nuestro ser y avanzando hacia una mayor autoaceptación y un mayor equilibrio personal y emocional.
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