Entendiendo el trauma: cómo nos moldea y cómo podemos sanar
El trauma es una experiencia, yo diría que universal y profundamente arraigada a nuestra condición humana. No se limita a afectar a los que han sobrevivido a guerras, atentados o desastres naturales; sino que, de alguna manera, todos hemos enfrentado situaciones que nos han sobrepasado en un momento determinado. Esto es especialmente cierto durante nuestra infancia, una etapa en la que somos especialmente vulnerables y dependemos al 100% de otra persona para sobrevivir.
Cuando somos pequeños, nuestro mundo se construye alrededor de las figuras de cuidado y autoridad de nuestros entornos inmediatos. Estas figuras suelen ser nuestros padres, especialmente nuestra madre en los primeros años de vida y es en esta época temprana de nuestra vida donde nuestra capacidad de afrontamiento, es decir, nuestra habilidad para manejar situaciones amenazantes o estresantes es realmente limitada (imagínate un niño de 6 meses o de 3 o 6 años). No contamos con las herramientas emocionales o cognitivas, ni con los recursos que como adultos ya poseemos. Por lo tanto, eventos que pueden parecer menores desde una perspectiva adulta pueden ser extremadamente impactantes para un niño. Imagínate perderte en un centro comercial, caerte y estar solo, el acoso escolar, la negligencia emocional, una separación traumática de tus padres, etc...
Experiencias como estas que, en nuestra infancia, están marcadas por nuestra incapacidad para procesarlas adecuadamente, pueden dejar huellas profundas que nos siguen afectando en nuestra vida de adulto. Pueden influir en cómo nos vemos a nosotros mismos, en cómo nos relacionamos con los demás, en cómo percibimos el mundo. A menudo, estas huellas se manifiestan en forma de miedos irracionales, inseguridades, dificultades para establecer vínculos afectivos, estados de hipervigilancia, necesidad de hacer, hacer, hacer y muchos más síntomas y comportamientos.
Definitivamente, el trauma puede moldearnos de maneras profundas y variadas tanto a niel emocional como a niel físico o incluso conductual. El trauma no solo reside en la mente en forma de recuerdos o emociones dolorosas; también se aloja profundamente en el cuerpo y en el sistema nervioso. Esta conexión entre el trauma y la fisiología corporal es fundamental para comprender cómo nos afectas y cómo podemos abordar su sanación.
Nuestro cuerpo recuerda el trauma
Si bien hemos podido ver cómo, en ocasiones, una de las consecuencias del trauma es la fragmentación de los recuerdos traumáticos e incluso una cierta amnesia disociativa; aunque la mente olvide, el cuerpo recuerda.
El trauma vive en la compleja interconexión entre la mente, el cuerpo y el sistema nervioso. Durante un evento traumático, nuestro sistema nervioso se activa intensamente, preparándonos para responder con las reacciones de “lucha, huida o congelación”. Esta respuesta, es muy útil en situaciones de peligro inmediato, pero cuando el trauma no se procesa completamente, estas respuestas pueden quedar “atrapadas” en nuestro sistema nervioso.
Los residuos del trauma pueden manifestarse de diversas maneras en el cuerpo, como tensión muscular crónica, patrones de respiración alterados, o una sensación generalizada de estar constantemente en estado de alerta o de tener que hacer “algo” para que no se detone eso que nos produce tanto dolor o da tanto miedo. Estas manifestaciones físicas son el resultado de un sistema nervioso que sigue operando como si el peligro aún estuviera presente, incluso mucho después de que la amenaza haya desaparecido.
Nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA), que regula funciones corporales involuntarias como la respiración, el ritmo cardíaco y la digestión, juega también un papel crucial en la experiencia del trauma. El Sistema Nervioso Autónomo se divide en dos componentes principales:
- El Sistema Nervioso Simpático, que activa la respuesta de lucha o huida
- El Sistema Nervioso Parasimpático, que promueve la relajación y la recuperación.
En casos de trauma, el Sistema Nervioso Simpático puede quedar hiperactivo, manteniendo el cuerpo en un estado constante de hipervigilancia, a menudo asociado con la segregación de elevados niveles de cortisol que pueden tener efectos negativos en nuestro cuerpo como problemas de sueño, dificultades de concentración, aumento de la presión arterial, cambios metabólicos, sistema inmunológico debilitado y bajo estado de ánimo, entre otros.
Por otro lado, el Sistema Nervioso Simpático también puede activarse excesivamente como respuesta a la congelación o el colapso, un estado en el que la persona se siente abrumada y desconectada de su entorno y de sí misma.
Sanar el trauma
Sanar el trauma implica un proceso de reexaminar estas experiencias pasadas desde una perspectiva más madura y compasiva; reconociendo y validando el dolor, permitiéndonos sentir lo que no pudimos procesar en su momento, pero esta vez desde un ambiente, una relación y un espacio seguro que nos va a permitir realizar un procesamiento e integración profundos. Esto implica, en muchos casos, la redefinición de nuestra propia narrativa personal y la recuperación de la sensación de que somos capaces de tomar decisiones y acciones que influyen en el curso de nuestra existencia.
La curación del trauma implica, también, aprender a regular nuestras emociones, desarrollar una mayor resiliencia ante las adversidades y fomentar relaciones más saludables y significativas.
Como el trauma se manifiesta no solo en la mente sino también en el cuerpo, este aspecto corporal también debemos abordarlo para poder reconectar con nuestro cuerpo de una manera segura, aprender a regular nuestro sistema nervioso y liberar gradualmente las tensiones y patrones físicos asociados al trauma.
Al trabajar con la mente, el cuerpo y aprender a regular el sistema nervioso, podemos abrir un camino poderoso hacia la curación y el crecimiento personal, transformando esas experiencias de pasadas ya integradas en recursos y en fuentes de fuerza y resiliencia para nuestro presente y futuro.
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