Dinámicas que repetimos: una forma de vincularnos

Es probable que en más de una ocasión te hayas pillado repitiendo un comportamiento en automático, sin darte cuenta; o tal vez envuelta/o en dinámicas relacionales que una y otra vez te devuelven al mismo lugar, automatismos que aparecen recurrentemente o sentimientos intensos de los cuales no acabas de encontrar su causa.
Desde la mirada sistémica y la perspectiva de trauma, estas repeticiones no son otra cosa que la huella de nuestra historia o incluso de la historia de nuestros padres o abuelos, conclusiones a las que llegamos en nuestra infancia sobre cómo teníamos que ser, mostrarnos o comportarnos para mantener el vínculo con quien más necesitábamos (nuestros padres). Ese “yo adaptado” en el que nos tuvimos que convertir para ser vistos, amados y tomados por nuestros padres. Algo que no siempre conseguimos.
Esas conclusiones, aunque nacieron en etapas tempranas, siguen actuando hoy en día. Sin darnos cuenta seguimos viviendo como si aún fuéramos esos niños o niñas intentándose adaptar al entorno de la manera en la que aprendimos a hacerlo en nuestros primeros años de vida.
Cuando somos pequeños, todo nuestro mundo gira en torno a una sola necesidad: la conexión con nuestros padres. No importa si nuestro entorno fue más o menos favorable, lo que importa realmente es cómo nos sentíamos y lo que creíamos que debíamos hacer para ser aceptados, vistos o queridos. Es así como nacen creencias como: “si quiero que me quieran no debo molestar”, “si necesito mucho no me van a querer”, “tengo que ser fuerte”, “si me porto bien me van a querer” o “si tengo éxito (saco buenas notas) me van a querer”, u otras como “no soy suficiente”, “no valgo para nada”, etc.
Estos constructos que llamamos creencias, no se instalan en nosotros como pensamientos racionales o conclusiones a las que hemos llegado de una manera cognitiva, sino que se graban en nuestro cuerpo en forma de sensaciones sentidas, en la forma de relacionarnos con otros, en lo que callamos, en lo que evitamos. A veces, ni tan siquiera las registramos como creencias, sino que simplemente nos parecen verdades absolutas y realidades inamovibles.
A su vez, estas creencias pueden estar ligadas a permisos que no nos damos, tal vez porque de pequeños no nos los dieron y hoy en día somos nosotros mismos quienes seguimos sin concedérnoslos. Por ejemplo: si aprendí que cuando pedía algo molestaba, no me doy permiso para pedir o ni siquiera me doy permiso para necesitar. Si sentí que llorar o mostrar mis emociones no era bien recibido, no me doy permiso para llorar o para sentir. Si mi rol fue el de cuidar a quienes me tenían que cuidar y no tuve a nadie que cuidara de mí, no me doy permiso para que me cuiden.
No es que nos neguemos estos permisos de manera consciente y deliberada, simplemente dejamos de considerarlos posibles. Y al hacerlo, perdemos parte de nuestra libertad, ya que al no darnos permiso, también renunciamos a nuestra capacidad de elegir. Es algo que dejamos de hacer por un “miedo inconsciente” a dejar de pertenecer. Algo que, quizás tuvo sentido en nuestra infancia, pero que hoy que ya somos adultos deja de tenerlo y empezamos a vivirlo como disfuncional, porque siguen operando en automático.
Muchas de estas creencias inconscientes y aprendizajes tienen su origen en experiencias traumáticas. Quizás no hayan sido grandes eventos, sino pequeñas experiencias repetidas donde no encontramos un espacio para sentirnos seguros vistos o validados: tal vez una madre emocionalmente no disponible o sobrecargada de trabajo que no podía sintonizar con nosotros, un ambiente familiar impredecible o cargado de tensión, un contexto familiar extremadamente rígido donde había poco lugar para ser quién éramos, etc.
En contextos como estos, la única opción que teníamos era la de adaptarnos, y esa adaptación fue lo que posibilitó que siguiéramos adelante. El quid de la cuestión está en cuando ese yo adaptado en el que nos convertimos, con todos sus patrones y dinámicas, se vuelve rígido y seguimos viviendo como si el peligro, hoy en día, siguiera presente.
Detrás de cada patrón que repetimos, en el fondo, hay una intención emocional: la de reparar una herida antigua, completar algo que quedó inconcluso, hacer ahora lo que antes no fue posible. Son las formas en las que nuestro sistema interno intenta encontrar otra salida. El problema está en que, sin conciencia, vamos a seguir eligiendo más de lo mismo y sufriendo esos automatismos.
Salir de esas dinámicas y automatismos no es una cuestión de obligarse a cambiar de golpe, sino de mirar hacia lo que fuimos y lo que empezamos a ser para protegernos. Es iniciar un proceso terapéutico o de crecimiento personal en el que no se trata de compadecerse y de vivir en el pasado, ni tampoco de “superar” nuestra infancia ni de librarnos de nuestra familia; se trata de comprender, integrar y sanar aquello que vivimos. De darnos el permiso que ante nos negábamos, pero también de integrar lo necesario para que nuestro cuerpo y nuestro sistema nervioso puedan comenzar a sentirse seguros en ese nuevos espacio.
Suscríbete a nuestra newsletter
Recibe contenidos e información de cursos y talleres para tu crecimiento personal y profesional
No nos gusta el SPAM. Esa es la razón por la que nunca venderemos tus datos.