Qué es la memoria implícita y cuál es su relación con el trauma
La memoria implícita es esa parte de nuestra memoria que funciona sin que nos demos cuenta de su uso, de manera automática. Es la responsable de las habilidades y hábitos que realizamos en automático, como montar en bicicleta, atarnos los zapatos, o tocar un instrumento, cosas que podemos hacer sin pensar directamente en ello.
Así como la memoria explícita puede deteriorarse con el tiempo si no se utiliza, la memoria implícita es resistente al olvido. Cada vez que realizamos una acción que repetimos de manera muy habitual, como tocar un instrumento o andar en bicicleta, fortalecemos las conexiones neuronales asociadas con esa habilidad. Esta repetición recurrente crea rutas neuronales robustas y muy duraderas en el tiempo. Aunque dejemos de montar en bicicleta por un tiempo, cuando volvemos a hacerlo nuestro cuerpo recuerda.
Estas habilidades y hábitos almacenados en la memoria implícita se acaban volviendo automáticos con el tiempo. Una vez automatizados, requieren mucho menos esfuerzo cognitivo para ser ejecutados, haciéndose menos susceptibles al olvido.
Cuando hablamos de memoria implícita podemos distinguir varios tipos:
- Aprendizajes automáticos que se forman a través de la asociación. Por ejemplo, si siempre comes algo dulce después de comer, tu cuerpo puede empezar a anticipar el postre y segregar saliva después de las comidas.
- Aprendizajes que resultan de las consecuencias de nuestras acciones, como recibir recompensas o castigos.
- Aprendizaje procedimental como la adquisición de habilidades motoras y hábitos. Aprender a escribir en el teclado del ordenador sin mirar las teclas, conducir son algunos ejemplos de nuestro aprendizaje procedimental.
- Memoria emocional implícita o memoria emocional traumática: este tipo de memoria está involucrada en el almacenamiento y la recuperación de respuestas emocionales y fisiológicas a eventos traumáticos, sin que necesariamente haya un recuerdo consciente o explícito del evento.
La memoria implícita y el trauma
Cuando una persona experimenta un trauma, estas experiencias traumáticas pueden ser almacenadas en la memoria implícita de manera que influyan en su comportamiento y en las respuestas emocionales sin que la persona sean consciente de ello. Tanto las reacciones físicas como las automáticas pueden convertirse en respuestas automáticas archivadas en la memoria implícita. Por ejemplo, si has experimentado un accidente de tráfico, es posible que puedas sentir ansiedad o miedo al escuchar un ruido fuerte similar al del accidente, aunque no recuerdes conscientemente el evento traumático en ese momento.
En el trauma varias de nuestras áreas cerebrales implicadas en la memoria implícita se ven afectadas:
La amígdala
La amígdala es la estructura central que se encarga del procesamiento de las emociones y juega un papel crucial en la formación y almacenamiento de memorias emocionales, incluidas las memorias implícitas relacionadas con el trauma. Su hiperactivación durante un evento traumáticos facilita la consolidación de estas memorias y refuerza las respuestas emocionales y fisiológicas automáticas.
Siguiendo con el ejemplo anterior, durante un accidente de tráfico nuestra amígdala se activa intensamente debido a la sensación de peligro. Simultáneamente el estrés que se genera por la situación de peligro activa el sistema nervioso y el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA), liberando hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina. Estas hormonas aumentan la atención y la vigilancia, grabando profundamente los estímulos sensoriales (sonidos, imágenes) y las emociones asociadas (miedo, pánico).
El cortisol hace que nuestro cerebro se vuelva extraordinariamente plástico, facilitando la grabación de esos estímulos y emociones en la memoria implícita. Estas asociaciones, crea en nosotros una respuesta automática de miedo que se activa cada vez que nos exponemos a estímulos similares en el futuro. En el fondo, esta es una función cuyo principal objetivo es la supervivencia. Cuanto más rápido detectemos el peligro y reaccionemos, más posibilidades de sobrevivir tendremos.
El hipocampo
Durante un evento traumático, así como la amígdala se encarga de las respuestas emocionales y la memoria implícita emocional, el hipocampo intenta contextualizar las emociones en una narrativa coherente con lo que ocurrió (recordar lo ocurrido). Lo que ocurre es que el hipocampo, debido a los elevados niveles de cortisol fruto del trauma, puede inhibirse y alterar su funcionamiento. Cuando el hipocampo no puede formar memorias explícitas coherentes, las memorias emocionales implícitas almacenadas en la amígdala dominan. Esto significa que la persona puede tener fuertes respuestas emocionales automáticas a ciertos estímulos sin una memoria consciente clara del evento traumático.
Siguiendo con los ejemplos, imaginemos que experimentamos un asalto violento en la calle. El nivel elevado de cortisol durante el asalto afecta el funcionamiento del hipocampo e impide que formemos un recuerdo claro y detallado del evento. En cambio, recordamos fragmentos como el sonido de los gritos, la imagen del atacante y el dolor físico.
Nuestra amígdala almacena la intensa respuesta emocional de miedo y terror en la memoria implícita y ahora cuando escuchamos gritos similares o vemos a alguien que se parece ligeramente al atacante, nuestra amígdala desencadena automáticamente una respuesta de mido y ansiedad. Todo ello a pesar de que no recordamos de una manera coherente y consciente todos los detalles de lo sucedido.
Corteza prefrontal
La corteza prefrontal (CPF) es una región de nuestro cerebro que desempeña un papel fundamental en funciones como la toma de decisiones, la regulación emocional, y el control de nuestros impulsos. Su interacción con otras áreas del cerebro, especialmente la amígdala y el hipocampo, es fundamental para el procesamiento de experiencias traumáticas y la formación de memorias. Al colaborar con el hipocampo, la CPF juega un papel importantísimo en la consolidación de memorias explícitas, pero el estrés y el trauma pueden interrumpir este proceso llevándonos a una consolidación deficiente de las memoras explícitas (la narrativa de lo que sucedió) y una mayor influencia de las memorias implícitas (la memoria automática).
Las consecuencias del trauma en la memoria implícita son claras. La exposición a traumas puede llevar al desarrollo de trastornos de ansiedad, donde las respuestas automáticas de miedo y ansiedad se desencadenan por estímulos relacionados con un trauma original no integrado o procesado. El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es un ejemplo de cómo estos recuerdos traumáticos implícitos pueden afectarnos en la vida diaria. Las personas con TEPT pueden experimentar flashbacks, pesadillas y respuestas fisiológicas intensas a estímulos que recuerdan de manera recurrente al trauma.
Comprender la relación entre la memoria implícita y el trauma es un aspecto importante a considerar en la sesión de terapia. La psicoeducación en torno a esta cuestión puede ayudar al cliente a sentirse validado y a validar él o ella misma sus respuestas automáticas ante determinados estímulos y lo cierto es que, aunque nuestra memoria explícita no recuerde lo que ocurrió, nuestro cuerpo y memoria explícita lleva el registro de lo sucedido.
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