Padres perfeccionistas: el impacto del perfeccionismo y crianza

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Perfeccionismo y crianza

El perfeccionismo, ese patrón de conducta que a veces tenemos y que nos lleva a ponernos metas altamente exigentes o incluso inalcanzables, puede tener su origen en dinámicas familiares. Esto es, en la forma en que los miembros de la familia se relacionan y se influyen mutuamente. 

Unos padres perfeccionistas y un hogar en el que el perfeccionismo está presente en las interacciones y forma de relacionarse de sus miembros, pueden dar lugar a que, en un futuro, esos hijos también desarrollen ese patrón o tendencia perfeccionista.

Y, si bien el perfeccionismo puede impulsarnos a ser más organizados, persistentes con nuestras metas y ser una excelente herramienta para nosotros, cuando este se presenta como desadaptativo o disfuncional, se convierte en una enorme carga debido a esas expectativas inalcanzables que nos marcamos y al hecho de que cuando no las alcanzamos nos volvemos extremadamente críticos con nosotros mismos.

En lo que se refiere a la crianza, el perfeccionismo puede traducirse en una constante insatisfacción y autocrítica hacia nuestros propios logros como padres o como personas, pero también en un perfeccionismo dirigido hacia nuestros hijos. 

El perfeccionismo en los padres puede manifestarse de diversas formas:

  • Es habitual que, como padres, tengamos tendencia a esperar que nuestros hijos tengan un comportamiento y un rendimiento académico excelente, o de que cumplan con algunos estándares propios que pueden ser de tipo físico/aspecto, social, religioso o de comportamiento. Estas expectativas proyectadas sobre los hijos pueden ejercer una importante presión sobre ellos que sienten que deben cumplirlas para ser aceptados y queridos por sus padres.
  • Los padres perfeccionistas, además, suelen tener un profundo miedo a cometer errores en todos los ámbitos de la vida y cuando tienen hijos, este miedo a cometer errores puede extenderse a su labor como padres. Este miedo puede llevar a que el propio patrón de perfeccionismo y autoexigencia se intensifique, algo que conlleva un estado constante de estrés que puede que nos lleve a preocuparnos en exceso por todos y cada uno de los detalles de la crianza, maximizando los errores y haciendo aflorar una potente autocrítica en relación a nuestra faceta como padres y como personas.
  • Cuando tenemos un patrón desadaptativo de perfeccionismo, con frecuencia nos juzgamos muy duramente cuando no conseguimos alcanzar los estándares o metas que nos hemos marcado. Enfocamos toda nuestra atención en lo que percibimos como un fracaso. Tenemos la atención puesta en lo "negativo" y no nos damos cuenta de los "positivo". La autocrítica permanente puede contribuir a crear un ambiente familiar en el que el enfoque está principalmente puesto en el error, en el fallo, en lo que no se ha hecho "perfecto", en lugar de lo que sí se ha logrado. Esto aumenta aún más la presión sobre los hijos y sobre nosotros mismos (y por supuesto en la pareja).

El impacto del perfeccionismo de los padres en los hijos

Con mucha frecuencia, los hijos de padres perfeccionistas internalizan y hacen suyo el mensaje de que solo son valiosos si son perfectos o si alcanzan esos elevados estándares que los padres les han marcado. Esto puede llevar a que los hijos adopten, también, actitudes perfeccionistas y sientan que su principal objetivo debe ser el de destacar en todo o en determinados ámbitos de la vida, para ser dignos de amor y aceptación. Cuando esto sucede, es muy posible que los niños muestren, además de una baja tolerancia a la frustración y una necesidad importante de aprobación externa que va a alimentar la falta de seguridad en sí mismos. Para ellos es tremendo fallar, equivocarse, errar o que no salga "perfecto".

Las expectativas poco realistas de los padres pueden, además, generar en los hijos unos elevados niveles de estrés y ansiedad. Estos niños sienten que están constantemente bajo la presión del examen y que cualquier fallo, por pequeño que sea, es un reflejo de su valor personal. Subyace en ello la creencia de que nuestro valor como personas está más asociado a sus logros y éxitos, en vez de a ellos mismos por lo que son. Esta constante presión y esa creencia pueden llevar al niño a presentar problemas de autoestima, inseguridad, ansiedad, y en algunos casos más graves incluso la depresión.

Cuando un niño crece en un entorno como el que estamos narrando donde se valora tantísimo la perfección, es muy frecuente que tenga problemas para manejar el fracaso y la frustración. En lugar de ver sus errores como oportunidades de aprendizaje, los ve como fracasos personales, limitando su capacidad de aprender cosas nuevas, de tomar riesgos y de desarrollar resiliencia frente a los desafíos que, posteriormente, se va a encontrar en la vida.

Si, además, los padres solo muestran afecto al niño cuando cumple con eso estándares marcados, el niño puede desarrollar una relación condicional con el afecto. Aprende a buscar el amor y la aprobación solo cuando logra ciertas metas, en lugar de sentir que es amado incondicionalmente. Esto puede traducirse en una atención desproporcionada a las notas, las medallas deportivas o cualquier otro tipo de rendimiento observable y medible, en vez de poner la importancia en la atención y el disfrute personal del propio niño.

Es frecuente, también, que en este tipo de situaciones se utilice el elogio y la crítica como herramienta de control. Esto puede hacer que el niño aprenda a ajustar su comportamiento, no tanto para desarrollar su propio sentido de lo que está bien o mal o de lo que le gusta, como para complacer a sus padres (y a otros)y así evitar su crítica y, en algunos casos, la "retirada del amor".

Y aunque el deseo de los padres de que sus hijos sean "buenos hijos" y hagan las cosas "bien" es lógico y perfectamente legítimo, cuando el perfeccionismo desadaptativo está presente en la crianza, puede convertirse en una fuente inagotable de exigencias.

Ser buen padre, buena madre o buen hijo no significa ser perfecto; y en cuestiones de crianza, lo más importante no es la perfección, sino crear un ambiente familiar donde los niños se pueden sentir seguros, amados y aceptados por quienes son y no por lo que logran; y donde, como padre, podamos mirar nuestras propias limitaciones y errores con ternura y compasión. Los niños aprenden por modelaje de lo que ven en sus padres y al cambiar a esa perspectiva más amorosa y menos exigente, se abrirá ante nosotros la posibilidad de construir una relación mucho más saludable, enriquecedora y cercana con nuestros ellos y con nosotros mismos.

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