Etapas de la Relación de Pareja

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Etapas de la relación de pareja

A la pareja llegamos con toda nuestra historia y con todo lo que ello implica: nuestras fortalezas y virtudes, nuestros patrones de comportamiento, dinámicas familiares y también nuestras experiencias, nuestro sentido de valía y autoestima, nuestros traumas y asuntos no resueltos. Es precisamente en esa relación donde más suelen resonar esos temas no resueltos. Pero también es en el marco de esta relación donde podemos encontrar una oportunidad maravillosa para crecer como personas y en compañía.

La relación de pareja, como todas las relaciones, supone una adaptación del uno al otro. No se trata de una relación lineal; es probable que tú también hayas sentido que en una relación de pareja se pasa por diferentes fases:

  • Fase de enamoramiento.
  • Fase de acomodación o de realidad.
  • Fase de trabajo.
  • Fase de compromiso.

También pasamos, de vez en cuando, por fases de crisis que pueden estar incluso dentro de esas otras fases.

Hay parejas que se quedan en el enamoramiento y rompen antes de llegar a la segunda fase, y otras que se quedan en la fase de realidad y no pasan a la tercera. Pero vamos a entrar más en detalle en cada una de las fases.

La Fase de enamoramiento

Esta fase está caracterizada por una intensa atracción física y emocional hacia la otra persona. Las emociones que sentimos no solo son intensas, sino que además suelen ser percibidas como positivas para nosotros: alegría, euforia, ilusión; en definitiva, emociones que nos hacen sentir bien.

En esta fase tendemos a idealizar a la otra persona. Aunque en realidad no hay nada positivo ni negativo, sino simplemente lo que es, podríamos decir que vemos solo las cosas “positivas” de la persona y, si vemos alguna “negativa”, solemos minimizarla o justificarla negando las incompatibilidades. Entramos en lo que se denomina la luna de miel.

En la fase de enamoramiento experimentamos también cambios físicos y fisiológicos: estamos tomados por las hormonas que segregamos fruto del enamoramiento. Segregamos dopamina, que activa nuestro sistema de placer-recompensa, y oxitocina, que favorece el vínculo social y la confianza; lo que hace que nos sintamos más unidos a la otra persona. Como consecuencia de esto, hay una atracción física y sexual fuerte y experimentamos una intensa sensación de fusión y conexión con la otra persona.

A menudo buscamos en la pareja una sensación de completitud, buscamos en ella lo que sentimos que nos falta en nosotros. Así que es frecuente que en esta fase de la relación comencemos a proyectar en el otro expectativas, deseos y necesidades actuales y también de nuestro niño o niña herida. Una proyección que realizamos, casi siempre, de manera inconsciente.

Si hablamos de conceptos arquetípicos, podríamos decir que en esta fase estamos proyectando en la otra persona la figura de la “pareja perfecta”, que es aquella precisamente que es capaz de cubrir nuestros deseos, expectativas y necesidades; y que, sobre todo, no “toca” nuestras heridas.  La pareja perfecta no existe, es simplemente una idea arquetípica.

Esta fase de enamoramiento puede durar desde unos meses hasta unos cuantos años, dependiendo de la persona.

Fase de realidad

Una vez avanzamos en la relación, evolucionamos hacia una etapa mucho más realista y ajustada a la realidad de la otra persona, de nosotros mismos y de la relación. Comenzamos a confrontar y a ajustarnos a lo que es.

En esta etapa, disminuye la idealización del otro y hay un reconocimiento de la realidad. Si volvemos a hablar en términos arquetípicos, en esta etapa nos damos cuenta de que la persona con la que estamos no es la “pareja perfecta”, que no responde adecuadamente a nuestras expectativas y no cubre nuestras necesidades no satisfechas. Este hecho toca directamente a nuestras partes heridas en la infancia, en historias anteriores y en otras experiencias, pudiendo provocar sentimientos de incertidumbre, ansiedad, miedo; en definitiva, dolor.

Al activar nuestras partes heridas, se despiertan nuestras partes defensoras y aumenta el número de conflictos. Mi parte defensora activa la parte defensora de mi pareja y, al revés. Si hablamos en términos de comunicación, cuando entablamos una discusión en esta fase, escuchamos al otro para responder y defendernos, con referencias recurrentes al pasado, próximo o lejano.

Esta activación de las partes heridas y las partes defensoras provoca que, en algunas ocasiones, se abandone la relación; pero si seguimos adentrándonos en la relación, esta fase implica el inicio del camino de crecimiento.

A través de los roces y los conflictos en la pareja, comienzan a emerger nuestros asuntos pendientes y sin resolver, y podemos empezar a tomar responsabilidad sobre ellos. Al mismo tiempo, al dejar de idealizar al otro, surge la oportunidad de empezar a ver al otro tal como es para poder amarlo tal como es. Abrimos la puerta a una relación más íntima, a conocernos mutuamente, a desarrollar una relación basada en la seguridad y la confianza donde cada uno de los miembros puede mostrarse.

Fase de trabajo y estabilidad

En esta fase, las parejas realizan un compromiso consciente para trabajarse y para nutrir la relación. Ese compromiso va más allá del enamoramiento y la atracción. Se basa en el amor y la aceptación del otro tal como es y de la relación tal como es.

Nos encontramos ante un doble trabajo para cada uno de los miembros: trabajar las heridas que resuenan en el ámbito de la relación y que activan las partes protectoras que, en ocasiones, nos toman; y aceptar y tomar al otro tal como es, lo que implica trabajar la comunicación, la conexión y la empatía.

En esta fase se desarrolla una comunicación más abierta y efectiva en la que, además, cada uno de los miembros toma responsabilidad por sus sentimientos y por sus patrones de comportamiento y acciones. Se aprende a hablar de necesidades, deseos, miedos, preocupaciones y hay un interés genuino por conocer al otro, por cómo se siente y por sus necesidades. La escucha para comprender sustituye a la escucha para responder que se daba en la fase anterior.

En lugar de evitar conflictos, las parejas en esta fase aprenden a abordarlos de manera saludable. Esto incluye negociar, encontrar compromisos y buscar soluciones que beneficien a ambos. El conflicto se aborda desde el “nosotros”, aportando cada uno de los miembros soluciones. La necesidad de defenderse en el conflicto se sustituye por un “cómo podemos/puedo hacer para arreglarlo”.

En esta fase recurrimos menos al pasado y hablamos más desde el “cómo me siento” (solo se puede sentir en el ahora), somos capaces de mostrar vulnerabilidad y la comunicación y la relación se hacen más íntima, más auténtica y más confiable.

Si ambos miembros están en esta fase, comienzas a sentirte seguro como para mostrarte tal y como eres. La pareja encuentra un equilibrio saludable entre mantener su individualidad y fomentar su conexión como pareja. Respetan los espacios y actividades personales de cada uno y, al mismo tiempo, comparten intereses y tiempo juntos.

Hay un reconocimiento mutuo de que el crecimiento personal es esencial para la salud de la relación y se apoyan y motivan mutuamente en el desarrollo individual de cada uno; entendiendo que esto contribuye a una relación mucho más rica y satisfactoria.

La fase de trabajo y estabilidad es donde la relación empieza a volverse más madura y segura. La pareja que llega a esta etapa ha aprendido a superar desafíos juntos y ha construido una base sólida para una relación duradera. Es una fase de continuo crecimiento y profundización, marcada por la seguridad, el compromiso y la conexión compartida.

Fase de compromiso

A medida que las parejas avanzan en su fase de trabajo y van superando desafíos y conflictos, el compromiso inicial se transforma en un compromiso más consciente y maduro que se basa en una elección individual, deliberada y continua de estar juntos.

Existe una aceptación profunda del otro, los miembros de la pareja han aprendido a aceptarse mutuamente con todas sus imperfecciones, comprendiendo y asumiendo que no existe la pareja perfecta ni la relación “perfecta”.

Como pareja, cada uno de los miembros se siente seguro en la relación, sabiendo que puede contar con el apoyo y la comprensión del otro. Esto no quiere decir que no puedan surgir momentos de fricción y tensión, incluso crisis; pero por encima de todo sabes que siempre puedes confiar y continuar con el otro (independientemente de si la relación continúa o no).

En esta fase, la intimidad emocional y física se profundiza aún más y se comparte un nivel de cercanía y comprensión que solo puede desarrollarse con el tiempo y con la experiencia compartida.

Es una fase de gran resiliencia frente a los desafíos. Como pareja, adquieres una mayor capacidad de adaptación a los cambios personales, profesionales, sociales, familiares. Hay un fuerte sentido de equipo, donde las decisiones y desafíos se abordan conjuntamente y donde hay un enfoque en el bienestar mutuo y el de la relación.

En cada uno de los miembros de la pareja, y por encima de todo, hay un amor y un respeto profundo por el otro, por su vida, por su destino y por su camino evolutivo (sea el que sea).

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