El impacto del trauma transgeneracional

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En el trauma transgeneracional o intergeneracional, las experiencias traumáticas de una generación que no han podido integrarse, se transmiten a las siguientes generaciones.

Cuando experimentamos un trauma y no somos capaces de procesarlo, el evento traumático se encapsula. Tratamos de olvidarlo, evitamos por encima de todo "tocar" ese dolor y esa situación difícil, queremos dejar a un lado esa vivencia y para ello desarrollamos una serie de mecanismos de protección y adaptación con el objetivo de poder seguir adelante a pesar de ello.

Una de los mecanismos que solemos poner en marcha es el silencio, no hablar de ello:

  • A veces, porque biológicamente no nos resulta posible: una de las cosas puede suceder a nivel neurológico respecto a ese trauma es que el nivel de estrés se eleve tanto que el cortisol que segregamos inhiba el funcionamiento del hipocampo. El hipocampo es la parte de nuestro cerebro nos ayuda a secuenciar lo que ha sucedido, a darle un principio y a un final, a contextualizar.
  • Otras veces, simplemente, porque el dolor o la vergüenza es tan grande que intentamos, con todos los medios que están a nuestro alcance, evitarlo a través del silencio, no hablar de ello, no nombrarlo.

Por otra parte, es posible que ese trauma ponga en marcha patrones de conducta destinados a evitar que vuelva a suceder o experimentar cualquier sensación somatico-sensorial que pueda recordarnos a ello.

Es posible que, si hemos sufrido abusos sexuales de noche en una calle, decidamos no salir de casa a partir de determinada hora, y/o que hayamos adoptado la creencia de que "los hombres no son de fiar", o inconscientemente evitar por todos los medios coincidir con un conocido que quizás utiliza el mismo perfume que el agresor o que tiene cierto matiz en la voz que le recuerda a ello. 

Estos patrones de conducta y estas creencias tienen un carácter fundamentalmente protector. El evento se convierte en trauma porque la situación que se experimenta supera los mecanismos de afrontamiento de la persona, y la víctima de repente organiza su vida para no tener que revivir eso. 

Como consecuencia de ello, esa mujer, entra en un estado de alerta continuo y gran parte de su energía y su atención se dedican a mantener ese estado de alerta continuo y esos patrones de evitamiento.

Si esa mujer que experimenta el trauma tiene hijos, una de las cosas que puede suceder, es que necesita emplear parte de su energía y su atención para protegerse, con lo cual, no va a estar del todo disponible para sus hijos. Con el consiguiente impacto en la relación de apego con ellos. Entre otras cosas, puede que sus hijos no se sientan del todo "vistos" por su madre. 

Más allá de lo que los hijos puedan vivir o experimentar en el útero materno, a medida que van creciendo intuyen que, en mamá, hay algo que es mejor no nombrar o no hablar; y crecen en un contexto y en un ambiente en el que esos patrones de conducta evitativos se viven y se instauran como parte de las normas, conductas e intereses de la familia, con su consiguiente efecto en el desarrollo de la personalidad de los niños. 

Pasa el tiempo y estos niños a su vez comienzan a tener hijos que, de alguna manera, también reciben el impacto de las creencias, normas y patrones de conducta que tuvieron origen en el trauma de su abuela. Es probable que desconozcan la historia de la abuela, pero sí que empiezan a experimentar ciertos patrones de conducta que, ellos viven como disfuncionales: dificultad para confiar en el hombre, algún miedo o emoción irracional para el que no encuentran explicación, quizás una rabia ligeramente descontrolada.... consecuencias de ese trauma no digerido que no acaban de vincular con lo que de una manera somatico-sensorial están experimentando. 

Tal y como Mario Salvador cuenta en su libro "Más allá del yo", el cual nunca me canso de recomendar, en la generación que sucede el trauma lo que sucede es "indecible, en la segunda generación estamos ante "lo innombrable" y en la tercera ante "lo inimaginable".

La epigenética ha podido demostrar cómo el trauma afecta a la metilación del ADN. No se trata así de una modificación, propiamente dicha, sino del hecho de que la metilación del ADN puede producir un silenciamento de las expresiones de determinados genes y estos pueden afectar a la forma en que se expresan ciertos genes relacionados con el estrés, la respuesta emocional y la regulación del estado de ánimo. 

En la medida en que vamos sanando e integrando nuestros episodios traumáticos, así como las consecuencias del trauma transgeneracional en nuestra vida, vamos viviendo cada día más ligeros, más en contacto con nuestro auténtico yo;  y vamos liberando a nuestros hijos de esas cargas transgeneracionales que pueden impactar en sus vidas.

Compartiendo con amor.

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