El principio sistémico de pertenencia en la relación de pareja
Así como la familia es un sistema y en este sistema claramente la consanguinidad otorga el derecho a pertenecer; en la pareja el principio de pertenencia queda un poco más difuso, aunque al mismo tiempo cobra todo el significado dado que marca el punto de partida de lo que se puede definir como el auténtico inicio de un nuevo sistema.
Pero ¿Cuándo surgió realmente nuestro sistema de origen? ¿Cuándo nuestros padres se hicieron novios?, ¿cuando concibieron al primero de nuestros hermanos?, ¿cuándo se conocieron?. ¿Cuándo el uno se declaró al otro?. ¿Cuándo se casaron? ¿Cuando me concibieron a mí si soy hijo único? ¿Es una pareja sin hijos un sistema?… yo creo que sí.
En el caso de la buena relación de pareja, y más allá de si esa pareja llega a tener hijos o no, desde mi punto de vista esa mutua pertenencia se otorga cuando realmente cada uno de los miembros de la pareja es capaz de “ver” realmente al otro. Y cuando hablo de ver, no me refiero exactamente al hecho de ver físicamente la figura del otro sino de ver la esencia del otro, lo que realmente es con sus virtudes, con sus defectos, con sus miedos, con sus necesidades.
Un acto de generosidad por ambas partes: La generosidad de ser auténtico, de mostrarse tal y como uno es y la generosidad del otro de mirar y acoger lo que es y a su pareja tal como es, con Amor, sin Prejuicios y sin atisbo de juicio. Y es que yo creo que “Entregarse” no es otra cosa que “Mostrarse”, no resistirse a lo que uno realmente es.
En ocasiones, en el ámbito de la pareja y sobre todo al principio de una relación, nos antojamos en ser “perfectos” a ojos del otro. Iniciamos una relación intentando encajar en aquello que presuponemos que al otro le gusta, tratando de minimizar aquello lo que creemos que puede que no guste. A veces, incluso nos empeñamos en ser algo que no somos, colocándonos una careta de mujer u hombre perfecto.
Con el paso del tiempo, la careta se va cayendo, se relaja; y otras veces esa careta continúa en mayor o menor medida. En ese caso, la relación de pareja convive en un escenario artificial en el que uno o ninguno de los dos acaba de ser realmente auténticos. Una relación entre personas que, en mayor o menor medida, fingen por miedo a perder al otro… y fingir es realmente agotador, al mismo tiempo que una cierta traición hacia nosotros mismos.
Si la auténtica relación de pareja pasa por entregarse mutuamente ¿Cómo nos vamos a entregar al otro si estamos escondiendo una parte grande o pequeña de nosotros?.
Hay ocasiones, también, en que dos personas están juntas pero una de ellas no es capaz de ver realmente al otro sino que su mirada está fijada en un “arquetipo” o lo que es lo mismo, en el modelo en el cual su pareja se debería encajar. Esta mirada fijada en el arquetipo no da oportunidad a la persona que realmente está al otro lado. El arquetipo es perfecto y cada rasgo físico/emocional/espiritual del otro que no encaje en ese arquetipo acaba chirriando al contrario.
Esta atención o mirada fijada en el “arquetipo” puede impedirnos, en el caso de que no tengamos pareja puede dificultarnos incluso iniciar la relación de pareja. Nadie parece encajar y por tanto a nadie le damos la oportunidad. De nuevo no estamos dando la oportunidad a la persona.
La buena relación de pareja, aquella en la que cada uno de los dos es capaz de mostrarse y ver al otro tal como es, es una vía de crecimiento. Una vía de crecimiento que empieza por uno mismo, por un mirar hacia adentro y comenzar a acoger lo que somos para mostrarnos tal como somos. Ese acto de acoger, de ser generosos y amorosos con nosotros mismos es ese momento <<Ho’okipa>> que nos vuelve más tolerantes y hospitalarios hacia nosotros y hacia los otros. Es ese momento que nos permite abrir la puerta a nuestra pareja y a ver a nuestra pareja tal como es.
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