Cómo se desarrolla la culpa en la infancia
La culpa es una emoción que comienza a desarrollarse en la infancia, a medida que vamos adquiriendo conciencia de nosotros mismos y de las normas familiares. sociales y de los grupos a los que pertenecemos.
La culpa se asocia con nuestra autoconciencia, que suele desarrollarse alrededor de los 18-24 meses de edad. En esta etapa, empezamos a reconocer que somos seres independientes con pensamientos y sentimientos propios. Entre los 3 y 5 años, desarrollamos la capacidad de entender que otras personas tienen pensamientos y sentimientos diferentes a los nuestros. Esta habilidad, que implica comprender cómo nuestras acciones pueden afectar a otras personas, es crucial para experimentar el sentimiento de culpa.
A medida que crecemos, empezamos a internalizar las normas y reglas familiares y sociales. Nuestros padres, educadores y otras figuras de autoridad, juegan un papel fundamental al enseñar lo que “está bien” y lo que “está mal”. A través de las experiencias de refuerzo para lo que está bien, y de las experiencias de castigo para lo que está mal, aprendemos acerca de las consecuencias de nuestras acciones. Cuando entendemos que hemos violado una norma, las sanciones pueden inducirnos sentimientos de culpa.
La importancia de la interacción con los padres
Como niños aprendemos observando a nuestros padres y cuidadores. Si vemos a los adultos manejar la culpa de manera constructiva, es más probable que finalmente desarrollemos una relación saludable con esta emoción.
El estilo de crianza también afecta a la intensidad y calidad del sentimiento de culpa. Un estilo de crianza caracterizado por un equilibrio entre las altas expectativas y el apoyo emocional tiende a fomentar un desarrollo saludable de la culpa. Sin embargo, un estilo de crianza autoritario o negligente puede dar lugar a una culpa excesiva en el primero de los casos, o insuficiente en el segundo.
El desarrollo de la empatía y su relación con la culpa
Durante nuestra infancia, también, se desarrolla la empatía. Su relación con la culpa es sumamente significativa ya que, para sentir culpa, debemos ser capaces de entender cómo nuestras acciones afectan a los demás. Esto requiere la capacidad empática de ponerse en el lugar del otro y de sentir su dolor o incomodidad.
La empatía, también, puede ayudarnos a manejar la culpa de manera más constructiva, motivándonos a tomar acciones reparadoras en lugar de quedar atrapadas en sentimientos de auto-reproche. Una comprensión empática de uno mismo (la auto-compasión), puede ayudarnos a moderar los sentimientos de culpa excesiva y a prevenir la culpa tóxica, que puede llegar a derivar en problemas de salud mental.
La interconexión culpa-empatía fomenta comportamientos prosociales que actúan en beneficio de otros y del grupo, motivándonos a reparar y a actuar de manera ética. Desarrollar tanto la culpa saludable, aquella que se produce cuando un niño ha hecho algo incorrecto y siente el impulso de corregir su comportamiento, como la empatía es esencial para nuestro bienestar y para la armonía con las personas que nos rodean.
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