Qué es la parentificación

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Cuando, de pequeños, nos sentimos responsables del bienestar y el estado emocional de nuestros padres, podemos desarrollar un patrón conocido como "parentificación". Cuando parentificamos asumimos roles y responsabilidades que no nos corresponden y que en realidad corresponderían a una persona adulta; como, por ejemplo, cuidar de nuestros padres o hacernos cargo de necesidades emocionales o incluso físicas de nuestros padres o de la familia.

Dentro de este patrón identificamos dos tipos de parentificación que, con mucha frecuencia conviven juntos:

  • Parentificación emocional en la que como niños asumimos el rol de apoyo emocional de uno o ambos progenitores o bien de los hermanos
  • Parentificación física, que implica el hecho de que, desde niños, tomemos responsabilidades prácticas y físicas en casa, como cuidar de hermanos menores, realizar tareas domésticas, o incluso trabajar para contribuir económicamente a la familia.

Causas de la parentificación

Las causas de la parentificación pueden ser variadas y complejas como crisis familiares como separaciones, problemas financieros o de salud; progenitores con problemas de salud física o salud mental como pueden ser la depresión, ansiedad o algún trastorno de la personalidad, o la falta de una red de apoyo para los padres en la que los niños se ven obligados a hacerse cargo de tareas que no les corresponde.

Consecuencias de la parentificación

Este tipo de dinámicas puede tener un impacto profundo en el desarrollo del niño que lo experimenta y posteriormente se convierte en adulto. Estos niños suelen madurar muy rápidamente, aprendiendo a ser responsables, empáticos y a resolver problemas desde muy jóvenes. Estos aspectos pueden constituirse en un magnífico recurso para el adulto, sin embargo, este desarrollo acelerado de la madurez puede ser a costa de las propias necesidades infantiles, como el juego, la exploración y la experimentación sin preocupaciones, con las consecuencias que tiene esto posteriormente para el adulto.

Si, de niño hemos parentizado, esto implica que hemos estado más pendientes de las necesidades de nuestros propios padres y hermanos que de las nuestras propias. Nuestra atención ha estado puesta en los otros, olvidándonos de nosotros mismos y reprimiendo sus propias emociones y necesidades. Esto es algo que se traslada a la vida adulta traduciéndose en una falta de contacto interno y una desconexión de uno mismo.

La sensación de que el bienestar de nuestros padres depende de nosotros puede generar un sentimiento de culpa si las cosas no van bien, y una ansiedad constante por intentar mantener la estabilidad emocional en casa. Como niños podemos crecer con la creencia de que nuestro valor reside en lo que podemos hacer por los demás, más que en quiénes son. Esto puede llevar a dificultades en la construcción de una autoestima saludable.

Adicionalmente, suele ser común el hecho de que si como niños hemos parentificado, nos convirtamos en adultos con una necesidad de cuidar de los demás constantemente, incluso a costa de nuestro propio bienestar y con una sensación de dar constantemente y un sentir que no se recibe en la justa mediad de lo que se da.

Este dar, dar, y esa sensación de tener que cuidar constantemente de los demás implica unos niveles de estrés elevados y un burnout que puede dar lugar a un agotamiento emocional en la vida adulta. La carga emocional sostenida y el elevado peso que se ha cargado desde una edad tan temprana puede contribuir al desarrollo de trastornos como la depresión y la ansiedad, dificultades para establecer límites saludables en las relaciones, una tendencia a relacionarse con personas que necesitan ser cuidadas y una cierta dificultad para confiar en otros.

La toma de conciencia de estos patrones es el primer paso para sanar. La terapia puede ser muy útil para explorar y sanar estas heridas infantiles, aprender a identificar y expresar las propias emociones, y desarrollar una autoestima basada en el ser y no en el hacer.

 

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