Los órdenes de la ayuda
El concepto “los órdenes de la ayuda” fue desarrollado por el psicoterapeuta y filósofo alemán Bert Hellinger, como una forma de entender los principios que deben regir la ayuda en cualquier relación humana, sea del tipo que sea.
Los órdenes de la ayuda proporcionan una estructura que permite ofrecer ayuda de manera efectiva, respetuosa y equilibrada. No solo guían la forma en que se da ayuda, sino que también aseguran que el proceso no genere dinámicas perjudiciales, como la dependencia, el desequilibrio de poder o la interferencia en el crecimiento personal del otro.
Estos principios tienen como objetivo crear una relación armoniosa y efectiva entre el que ayuda y el que recibe la ayuda. Según Hellinger, la ayuda, para ser efectiva, debe respetar una serie de órdenes fundamentales:
El orden de dar y tomar
Hellinger asegura que no se puede dar lo que no hemos recibido y desde el punto de vista terapéutico, esto no solo implica un recibir en sentido literal (formación, conocimientos, recursos, ...), sino también haber sido nutridos especialmente a nivel espiritual, personal y el emocional.
En este contexto el coach, terapeuta o profesional de la ayuda debe haber recibido algo previamente para poder ofrecerlo de manera genuina y equilibrada. Dar sin haber recibido antes puede provocar un desgaste personal y una ayuda desordenada.
Para el que ayuda esto implica un recorrido propio de sanación y crecimiento personal en el que solo si estamos lo suficientemente sanados o curados, podemos estar presentes para el cliente desde un espacio seguro en el que no proyectamos nuestras propias carencias o mapas.
Cuando, como coaches o terapeutas no hemos recibido lo suficiente, podemos estar dando desde ese lugar de carencia, por ejemplo: queriendo solucionar o buscando reconocimiento. Esto desequilibra la relación de ayuda y puede, incluso, volverse dañino tanto para el terapeuta o coach como para el cliente.
Hellinger también menciona que el acto de dar y recibir es un intercambio que beneficia a ambas partes. El que ayuda da algo, pero también debe estar abierto a recibir. Esto puede ser en forma de gratitud, de pago, o incluso del crecimiento personal que experimenta al acompañar a la persona en su proceso. En el caso particular de la terapia, como terapeuta una de las cosas que más me conmueve y me llena es asistir a cómo la persona se abre y muestra sus pensamientos y emociones más íntimas. Eso en sí es un regalo que también contribuye a ese equilibrio.
Dar sin recibir nada a cambio, genera un desequilibrio que puede desgastarlo a largo plazo y lo sitúa en una posición de superioridad o de arrogancia.
Este primer principio nos invita a ser conscientes, también, de que la ayuda no deseada puede ser invasiva o incluso contraproducente. En este punto es interesante explorar si nuestro impulso de ayudar surge de una necesidad propia de ser útil, de sentirnos importantes para la otra persona o de buscar el reconocimiento y el amor del otro. Muchas veces, el impulso de ayudar surge de una necesidad propia más que de una verdadera demanda de la otra persona.
Cuando ayudamos sin que nos lo hayan pedido, corremos el riesgo de inmiscuirnos e interferir en el proceso de crecimiento del otro, de asumir mochilas o cargas que no son nuestras impidiendo o entorpeciendo que la otra persona se responsabilice de ellas y se haga cargo de su propio crecimiento y evolución.
Cada ser humano tiene su propio camino de aprendizaje y, muchas veces, las dificultades que enfrentamos son parte esencial de ese proceso. Si intervenimos sin que se nos haya solicitado, podemos estar robándole la oportunidad de aprender a través de sus propias experiencias y de encontrar sus propias soluciones.
Respetar este principio requiere un alto grado de conciencia, de paciencia y de comprensión. Significa estar disponibles, pero no forzar la ayuda. Es un acto de confianza en el otro, en sus recursos y capacidades para gestionar dificultades y para pedir ayuda cuando realmente la necesita. En el ámbito terapéutico y del coaching, esto implica acompañar, escuchar con empatía y ser conscientes de cuándo el cliente está listo para recibir la ayuda, sin imponer nuestras ideas o soluciones.
Respetar la autonomía y responsabilidad del otro
El segundo orden de la ayuda nos recuerda que, aunque brindemos apoyo, no debemos asumir la responsabilidad de resolver los problemas del otro, de cargar con sus mochilas, como decíamos anteriormente. En lugar de eso, nuestro papel es el de respetar su destino y su camino evolutivo apoyando y empoderando a la persona para que tome control de su propia vida y decisiones.
Muchas veces, en nuestro afán de ayudar, podemos caer en la trampa de sobreproteger o de querer resolver los problemas de los demás. Esto a largo plazo genera una dependencia emocional que debilita al otro y lo hace sentir pequeño. Cuando hacemos esto, el mensaje implícito es que el otro no es capaz de manejar su vida por sí mismo, algo que mina considerablemente la autoestima y perpetua una sensación de incapacidad o dependencia.
Ayudar desde este orden significa ofrecer recursos, guía o acompañamiento, pero dejando claro que la responsabilidad final de la vida y las decisiones recae sobre la otra persona.
En un contexto de coaching, por ejemplo, esto se traduce en hacer preguntas poderosas que lleven al cliente a encontrar sus propias soluciones, en lugar de ofrecer respuestas prefabricadas o consejos directivos. En el contexto de la terapia significa reconocer y honrar la capacidad que cada persona tiene para tomar decisiones sobre su propia vida, asumiendo las consecuencias de sus elecciones. Como terapeutas y coaches, nuestro papel es acompañar, guiar y facilitar el proceso de autodescubrimiento, pero no intervenir de manera que prive al cliente de su poder personal o su capacidad para aprender a resolver sus propios problemas. Este enfoque, tanto en el ámbito del coaching como de la terapia, fomenta la independencia y el empoderamiento, en lugar de crear dependencia o dependencia emocional.
Ayudar desde la humildad, una posición de igual a igual
El tercer orden se refiere a la importancia de mantener una relación de igualdad entre el que ayuda y el ayudado. Esto significa no adoptar una posición de superioridad o inferioridad, sino interactuar desde una postura de respeto mutuo.
Uno de los mayores riesgos al ofrecer ayuda es caer en la trampa de la superioridad moral, creyendo que, porque estamos en una posición de ayudar, somos más sabios, más fuertes o capaces que el otro. Este tipo de dinámicas de poder perjudican la relación y generan una dependencia que puede hacerle sentir al que recibe la ayuda que no es capaz de avanzar sin nosotros.
Ayudar desde la igualdad implica reconocer que, aunque podamos tener más conocimiento en un área o experiencia en un ámbito concreto, la otra persona es y siempre será el experto en su propia vida. El terapeuta o coach ofrece herramientas, acompaña con respeto y compasión, pero no dicta el camino. De esta manera, se fomenta una relación basada en el respeto y el aprendizaje mutuo.
Tener en cuenta el origen sistémico
Este orden aporta una mirada que va más allá del individuo y que asiente con la naturaleza sistémica del ser humano. Necesitamos del otro para sobrevivir y desarrollarnos y en este contexto, nuestra personalidad, nuestra vida y lo que, en definitiva somos, está fuertemente influenciado por las dinámicas y las experiencias vividas en el seno del núcleo familiar. Esta perspectiva involucra una comprensión de que todos formamos parte de sistemas interconectados, y que nuestra intervención debe ser respetuosa con esas conexiones y los procesos individuales de cada ser humano. Es, en definitiva, una bienvenida a la persona y a su historia.
Tomar al otro tal como es
Amar y tomar al otro tal como es implica aceptar a la otra persona sin intentar cambiarla, respetando tanto su historia personal como el lugar que ocupa en su sistema familiar. Este amor es una forma de reconocimiento de la realidad del otro, donde se acepta a la persona con sus virtudes, defectos, traumas, destinos y su camino evolutivo, tal como son, sin añadir expectativas de que cambien o sean de una forma diferente.
Muchas de las tensiones en las relaciones surgen cuando intentamos cambiar al otro, ya sea de manera consciente o inconsciente. Esto conlleva una falta de aceptación de su verdadero ser. Cuando queremos que el otro se ajuste a nuestras expectativas o demandas, estamos en realidad excluyendo su auténtica naturaleza y deshonrando su destino y su individualidad. Esto genera un importante desequilibrio en la relación, porque no se está respetando el orden natural de las cosas. Entramos en el juicio y en el sentirnos superiores, algo que desde el punto de vista terapéutico nos impide mirar con compasión, empatía y sintonía al cliente.
Los órdenes de la ayuda proporcionan una estructura que permite ofrecer ayuda de manera efectiva, respetuosa y equilibrada y aseguran que el proceso no genere dinámicas perjudiciales, como la dependencia, el desequilibrio de poder o la interferencia en el crecimiento personal del otro. Estos ordenes y principios son esenciales por motivos fundamentales:
- Preservan la autonomía y la dignidad del que recibe la ayuda dándole la oportunidad de fortalecerse, tomar sus propias decisiones y aprender de sus experiencias.
- Permite que el proceso de ayuda sea efectivo asegurándonos que el receptor de la ayuda esté realmente dispuesto a recibirla y trabajar en conjunto.
- Fomenta el crecimiento personal y la resolución de conflictos. Cuando se respeta el proceso del otro, se facilita un entorno en el que el ayudado puede encontrar sus propias soluciones y aprender de sus experiencias.
- Evita el agotamiento del que da la ayuda. Al entender que no somos responsables de los resultados ni de resolver la vida de los demás, nos liberamos de la carga emocional que conlleva intentar hacerlo y evita que nos desgastemos o frustremos cuando la otra persona no progresa de la forma esperada.
- Previene la dependencia emocional. Si el ayudante asume una postura salvadora, perpetúa una relación de dependencia que a largo plazo perjudica a ambos.
- Promueve relaciones sanas y respetuosas. En cualquier relación humana, ayudar de forma saludable es crucial para evitar dinámicas tóxicas o desequilibradas. Cuando los órdenes de la ayuda se aplican en las relaciones interpersonales, se asegura que tanto el que ayuda como el que recibe la ayuda mantengan una relación respetuosa, equilibrada y libre de expectativas o dependencias.
Los órdenes de la ayuda nos invitan a replantearnos el acto de ayudar como un proceso consciente, en el que se respeta la autonomía, la capacidad y la responsabilidad del otro. La verdadera ayuda no es un acto de superioridad, sino un intercambio entre iguales, en el que ambas partes crecen y se enriquecen.
En nuestra práctica terapéutica o de coaching, integrar los órdenes de la ayuda nos permite acompañar a nuestros clientes desde un lugar de respeto profundo, confiando en su capacidad de encontrar su propio camino, apoyándolo en su propio proceso.
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