La importancia de la figura de la madre

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la importancia de la figura de la madre

La madre es una figura fundamental en la vida de la persona.

Somos uno con ella durante nueve meses en su vientre y durante ese tiempo en el que aún no tenemos desarrolladas plenamente nuestras capacidades cognitivas, sentimos que nuestra madre y nosotros somos lo mismo. Si nuestra madre siente tristeza, por ejemplo por el duelo de un ser querido, sentimos la tristeza como propia y lo mismo sucede con el resto de las emociones y tantas otras cosas más. 

Tras esa etapa, puramente simbiótica, venimos a la vida y, unos meses después, empezamos a tener consciencia de que somos algo diferente a nuestra madre. A pesar de ello, el vínculo es íntimamente estrecho. Necesitamos de ella para nutrirnos, para sobrevivir. Nacemos con un reflejo innato para nuestra supervivencia: el reflejo de succión que permite estimular al pezón de nuestra madre para que comience a producir prolactina y pueda amamantarnos. 

La madre desde la mirada sistémica

La madre suele ser vista y experimentada como una de nuestras más importantes (o la más importante) fuente de apoyo emocional, amor y cuidado. La calidad de nuestra relación con ella, como figura de apego, puede tener un impacto duradero en la autoestima, la capacidad de enfrentar problemas, nuestra percepción del mundo y la habilidad para establecer relaciones saludables con los demás.

Desde el punto de vista de la mirada sistémica y de las constelaciones familiares, la madre simboliza la vida; de hecho venimos a la vida a través de ella y, generalmente, sobrevivimos en nuestros primeros años, gracias a sus cuidados.

Como vida, simboliza también la salud, el éxito y la abundancia y uno de los movimientos más importantes que emprendemos, de la mano de la terapia y de las constelaciones familiares, es el de tomar a la madre. Decir sí a lo que es, sí a lo que fue y sí a lo que será. Sin intentar cambiarla. Sin pretender que sea algo diferente a lo que ella es.

Cuando la relación con la madre no es fácil

En ocasiones, la relación con nuestra madre puede no ser fácil. Quizás ella haya tenido una vida y unas circunstancias de vida especialmente difíciles que han marcado su desarrollo, su carácter y su manera de relacionarse con el mundo. A veces, perdemos de vista que nuestros padres también han sido hijos y que han vivido, gozado y sufrido también la relación con sus padres.

Tal vez la situación sea extrema y, en algunos casos, tengamos necesidad de distanciarnos de ella o de nuestro padre.

Tomar a la madre no implica, necesariamente tener una buena relación con ella. Para que haya una buena relación con alguien hace falta que las dos personas implicadas quieran tener una buena relación y además que eso pueda suceder. En ocasiones eso no es posible.

Muchas veces nos relacionamos desde nuestras partes más heridas y de una manera reactiva, y esa reactividad nos empuja a desarrollar estrategias de defensa que pueden ser de ataque, de huida o de parálisis. 

Tomar a la madre en situaciones como esta es, simplemente, asentir con lo que es. No intentar cambiarla, sino simplemente verla y tomarla como es. Entender, por encima de todo, que más allá de la relación ella siempre será nuestra madre y nosotros siempre seremos sus hijas o sus hijos; y que, gracias a ella, estamos vivos hoy. Si hay algo que tenemos que agradecerle hoy y siempre a nuestros padres, es el hecho de que nos han traído a la vida.

Una madre con una vida y un tiempo diferente al nuestro

Algo de lo que no tengo ninguna duda es de el hecho de que es muy probable que nuestras madres tuvieran una vida muy diferente a la nuestra. Casi con toda seguridad tuvieron menos herramientas, menos derechos y quizás más dificultades que nosotros/as. 

En ocasiones, tendemos a mirar a nuestras madres con un cierto halo de tristeza y eso las hace, a nuestros ojos más pequeñas y más débiles. Quizás, en vez de enfocar nuestra mirada en esas dificultades deberíamos empezar a enfocarla en todos aquellos recursos, talentos y fortalezas que les permitieron salir adelante, a pesar de las circunstancias, para después traernos a la vida y cuidarnos. 

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