La búsqueda de la sanación en la relación con la madre

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Tanto en talleres y sesiones de constelaciones como en terapia, el impulso de trabajar para sanar la relación con la madre es algo verdaderamente recurrente. Nuestra madre es una figura fundamental en nuestra vida. Hemos sido una con ella durante 9-8-7 meses en su vientre y, por regla general, es nuestra cuidadora principal, la responsable de nuestra nutrición física y emocional y el primer modelo de apego y amor. En la relación con ella sentamos las bases de cómo va a ser en un futuro la relación con nosotros mismos, con otras personas y con el mundo en general.

Incluso en la edad adulta, un vínculo sano con ella puede reafirmar y sanar la propia identidad y proporcionar un sentido continuo de aceptación y pertenencia. Esta es la razón principal de que en muchas personas persista un profundo anhelo por sanar la relación con su madre. A menudo, cuando buscamos restaurar la armonía en la relación con nuestra figura materna, estamos intentando reconectar con esa fuente esencial de amor y validación.

Es bastante frecuente que, aunque lo hayamos trabajado muchísimo en terapia, hayamos entendido cómo fue nuestra crianza, el origen de nuestros mecanismos y el porqué de que las cosas sean como son, nuestro cuerpo siga reaccionando de manera inexplicable cuando estamos en relación con ella. Quizás sea un estado de alerta, tal vez sintamos rabia, tristeza, desconcierto, desesperanza, desesperación. Puede que nos desconectemos emocionalmente y mientras estemos en su presencia vivamos en piloto automático sin apenas sentir nada, puede que nos desbordemos o simplemente es posible que emocional y corporalmente reaccionemos de cualquier manera inesperada para nosotros, que pensábamos que ya habíamos superado ese tema.

Cuando nuestro cuerpo reacciona, suele ser un síntoma de que quizás haya traumas del pasado que aún no han sido integrados. Es muy probable que no seamos conscientes de ello; sin embargo, y a pesar de no estar expuestos a la situación traumática en la actualidad, nuestro cuerpo reacciona como si estuviera viviéndola de nuevo. Esta es su forma recordarnos o señalarnos que ahí hay algo pendiente de ser visto y procesado. Es muy recomendable que, si esto pasa, podamos trabajarlo con algún tipo de terapia sensible al trauma.

Más allá de estos traumas no integrados del pasado, algo que no debemos perder de vista es el hecho de que una relación saludable involucra a ambas partes y requiere un compromiso activo en el proceso de cuidado y mejora de las dinámicas relacionales.

Con mucha frecuencia esto simplemente no es posible, debido a factores que escapan a nuestro control. A menudo, nuestras madres también están lidiando con sus propias heridas emocionales no resueltas, y pueden no estar emocionalmente disponibles, no ser capaces de reconocer y asumir la responsabilidad por sus acciones o sencillamente no estar dispuestas a cambiar patrones de comportamiento poco saludables para la relación.

Y aunque nosotros hayamos trabajado en ello e integrado el trauma, la relación puede seguir marcada por la transgresión de límites personales, actitudes abusivas, manipulación emocional, o incluso maltrato físico y/o psicológico.

Cuando esto sucede, puede ser necesario para los hijos tomar decisiones difíciles como puede ser reducir el contacto, o en casos extremos, distanciarse por completo para protegerse. A veces es una cuestión simplemente de supervivencia en la que, adicionalmente, hay que cargar con sentimientos como la culpa o la sensación de que la estamos abandonando, cuando en realidad lo que estamos haciendo es, por un lado, priorizar nuestro autocuidado, y por otro, respetar su destino y su camino evolutivo.

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