El papel del terapeuta en el sistema
Cuando desempeñamos el rol de terapeuta en una sesión de terapia o en un taller grupal, inevitablemente nos convertimos en observadores del sistema del cliente y al mismo tiempo formamos un sistema con el propio cliente.
En ese ser parte del sistema y al mismo tiempo observador del sistema, nuestra presencia terapéutica, nuestras creencias y nuestro nivel de activación van a influir considerablemente en la capacidad de crear un espacio y una relación terapéutica donde el cliente se pueda sentir lo suficientemente seguro como para poder abrirse y explorar aquello que tenga que explorar, revisitar o integrar.
Ese sistema que vamos a crear junto al cliente va a incluir:
- Al propio cliente, el contexto cultural y social en el que ha crecido y vive el cliente, y fundamentalmente su historia y su sistema familiar que se manifiesta a través de sus roles, dinámicas familiares, creencias y patrones que experimenta en su día a día
- Nuestro propio sistema familiar, contexto social y cultural con nuestros roles, dinámicas, creencias y patrones como persona y como terapeuta
- El proceso terapéutico en sí con sus propias dinámicas que van a estar profundamente influenciadas en sí, por nuestra historia e influencia familiar, social y cultural y por la del cliente.
En este proceso, el trabajo personal y la conciencia del terapeuta juega un papel fundamental a la hora de mantenerse con una mirada neutral ante lo que sucede en la relación terapéutica y lo que el cliente comparte. Ser consciente de nuestras propias dinámicas internas y de cómo estas pueden influir en nuestra presencia y en la relación terapéutica es absolutamente fundamental. En la medida en que el terapeuta esté lo suficientemente consciente como para poder observar sin juicio y de manera compasiva tanto al cliente como al sistema, el cliente podrá sentirse lo suficientemente seguro como para poder avanzar.
Este autoconocimiento del terapeuta trabaja para que podamos ofrecer al cliente y al sistema del cliente una atención continua y una presencia sólida y segura, para que podamos mantenernos en la sesión emocionalmente regulados y así poder acompañar al cliente en su regulación.
Por supuesto que, en la sesión, como terapeutas, surgirán emociones y puede que algunas intensas o complicadas de transitar. Pero, gracias a nuestra regulación podremos navegar a través de ellas sin que nos tomen, sin caer en la reactividad, canalizándolas de manera constructiva y usándolas como una importante fuente de información tanto para nosotros como para el cliente.
Esta autoconciencia nos va a permitir detectar la contratransferencia a tiempo, identificar aquellas dinámicas o patrones que emergen en terapia o que nos trae el cliente o el propio sistema del cliente, que resuenan con nuestra propia historia. Asuntos que, después podemos trabajar en supervisión o en nuestro propio proceso de terapia.
En esta relación terapéutica que establecemos con el cliente, el proceso de transformación es, por tanto, bidireccional. Por un lado, el cliente trabaja en su propio autoconocimiento, en la integración de sus heridas, en la exploración de sus dinámicas, patrones y roles. Por otro lado, como terapeutas iniciamos un proceso de transformación paralelo donde nuestra posición de observador del sistema que co-creamos con el cliente, del propio cliente y sus dinámicas intrapsíquicas y familiares, y de nosotros mismos; pueden poner sobre la mesa asuntos que todavía no han sido resueltos, transformados o integrados. La clave aquí es mantener nuestra conciencia plena en ese rol de terapeuta y observador de una manera íntegra y ética, con autenticidad y con la suficiente honestidad como para poder tomar responsabilidad por aquello que necesitamos trabajar.
Como en la vida, en la terapia tampoco existe la perfección. En un proceso terapéutico tanto ante terapeuta como cliente están siempre ante una oportunidad de crecimiento y transformación.
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