El origen de la culpa
La culpa es una de las emociones más profundas y complejas que podemos experimentar y, aunque a menudo la asociamos con acciones o decisiones propias, sus raíces pueden extenderse mucho más allá, abarcando incluso cuestiones perinatales o relacionadas con nuestros ancestros.
Desde un punto de vista psicológico, la culpa suele desarrollarse en el ámbito de una relación, habitualmente familiar o con figuras de autoridad y a través de la internalización de normas y valores morales. Desde la infancia los niños aprenden a diferenciar entre el bien y el mal, principalmente a través de la reacción que produce en los padres sus acciones.
Sigmund Freud, uno de los pioneros en el estudio de la culpa, ya afirmaba que la culpa está profundamente ligada al desarrollo de lo que él denominó el “Superyó”, una parte de nuestra psique que es la que internaliza (y hace suyas) las normas sociales y morales.
Sentimos culpa cuando creemos que hemos transgredido una norma moral, ética o social y puede manifestarse como una sensación de remordimiento, de arrepentimiento o incluso de vergüenza. La culpa no solo está asociada a nuestras acciones, sino que también puede estarlo con nuestros pensamientos o deseos.
Entre los orígenes más habituales de la culpa podemos encontrar los siguientes:
- Transgresiones morales o éticas: sentimos culpa cuando hacemos, pensamos o deseamos algo que va en contra de nuestros valores, nuestros principios o incluso contra los valores o principios del grupo o sistema familiar al que pertenecemos.
- Incumplimiento de expectativas: si tenemos unos estándares muy rígidos también podemos experimentar culpa si no cumplimos con ellos.
- La responsabilidad personal ante las repercusiones sobre otros de nuestras acciones, deseos o pensamientos
- Condicionamientos sociales, culturales o religiosos.
Estos orígenes mencionados, habitualmente se mueven en el rango de lo consciente. Soy consciente de que he transgredido una norma o de que he hecho algo malo y me siento culpable. Pero, en ocasiones, tenemos un sentimiento irracional de culpa. Nos sentimos culpables y no sabemos identificar exactamente el origen, o quizás sintamos que la intensidad de la culpa es irracionalmente intensa en comparación con su detonante. Detrás de estas sensaciones y sentimientos a los que no encontramos origen racional, pueden encontrarse causas relacionadas con nuestros ancestros o con la etapa perinatal de nuestra vida.
El periodo perinatal abarca desde el momento de la concepción hasta, aproximadamente, las seis primeras semanas de vida. Es una etapa crucial para el desarrollo emocional y psicológico de una persona porque estamos viviendo nuestras primeras experiencias sentidas.
Numerosas investigaciones afirman que, durante esta etapa de la vida, el entorno emocional de la madre y sus experiencias durante el embarazo pueden influir en el desarrollo emocional del bebé. Durante esta época el bebé es uno con la madre y no tiene conciencia de ser algo diferente a ella. Todo lo que su madre siente, el bebé lo vive como propio y si la madre experimenta tristeza, alegría, culpa o cualquier otra emoción, estas son transmitidas al feto a través de cambios hormonales y de la conexión emocional que existe entre la madre y el hijo. El feto, aunque no tiene una comprensión racional y consciente de las emociones, puede absorber y ser influenciado por el ambiente emocional del útero.
El proceso de nacimiento y sus experiencias inmediatas postnatales también puede impactar significativamente en el bebé. Un parto traumático o con complicaciones durante el nacimiento puede generar sentimientos de inseguridad y de estrés en el bebé, que a largo plazo pueden contribuir al desarrollo de una predisposición a la culpa.
En algunas ocasiones, a través de la terapia y de las constelaciones, también hemos podido observar que ciertos sentimientos irracionales de culpa pueden estar vinculados a una pérdida de la madre durante el parto.
La culpa también puede tener un origen en generaciones anteriores. En el ámbito transgeneracional, las dinámicas familiares juegan un papel fundamental en la transmisión de la culpa. Si los abuelos o los padres han experimentado eventos traumáticos o han cargado con una culpa no resulta, puede influir en su estilo de crianza y en la atmósfera emocional en la que son criados sus hijos. Los niños, al crecer en ese entorno, pueden internalizar y hacer suyos los sentimientos de culpa y esos patrones de comportamiento.
Adicionalmente, la epigénética sugiere que los traumas emocionales y el estrés que sufrieron esos padres o abuelos pueden causar cambios en la expresión de los genes que pueden ser heredados por los descendientes. Esto significa que no solo se transmiten comportamientos y actitudes, sino que también puede haber una predisposición biológica a ciertas emociones, incluidas la culpa.
Conocer el origen de nuestra culpa es un paso crucial y liberador. Este es un proceso de autoconocimiento y transformación que nos ayuda a entender más nuestra historia y quiénes somos. Hacer consciente lo que está en el inconsciente y romper aquellos patrones negativos dentro de esos sentimientos de culpa nos beneficia no solo a nosotros, sino también a futuras generaciones.
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