El impacto del sentido de pertenencia en nuestra autoestima

autoestima pertenencia
EEl impacto del sentido de pertenencia en nuestra autoestima

El sentido de pertenencia es una necesidad humana fundamental desde tiempo inmemorial. Abraham Maslow lo recoge en su pirámide de las necesidades humanas. Según Maslow, una vez satisfechas las necesidades más fisiológicas del ser humano, aparece la pertenencia, pero yo diría que es algo tan fundamental que raya en lo biológico o fisiológico.

En el caso particular del ser humano, cuando nacemos sí o sí tenemos que estar en relación con alguien para poder sobrevivir. Por lo tanto, por lo menos en esa etapa tan temprana de nuestra vida, esa pertenencia es indispensable para poder salir adelante, crecer y alcanzar un nivel de desarrollo en el que tengamos un mínimo de autonomía.

La pertenencia es un tema complejo porque tiene múltiples matices y vertientes. Por ejemplo, podemos pertenecer biológicamente a una familia, sin embargo, también puede darse el caso de que, en el fondo, no sintamos del todo esa pertenencia.

Dar pertenencia a alguien es algo que va más allá de lo biológico o la adhesión a un grupo. Dar pertenencia a alguien es decir un rotundo sí a esa persona, es darle la bienvenida con sus luces y con sus sombras, con sus virtudes, con sus defectos, con sus matices, con su visión. Por eso, a veces, aunque “pertenecemos” no sentimos esa pertenencia.

La autoestima, más que una valoración racional es una sensación interna, una vivencia emocional que se construye desde la experiencia corporal, afectiva y relacional con el entorno; especialmente a través del vínculo con nuestros padres o cuidadores principales.

Cuando de pequeñas o de pequeños el amor o la aceptación de nuestros padres ha estado condicionado a que seamos de una manera o de otra, nuestro sentido de pertenencia se ve afectado y esto está íntimamente relacionado con nuestra autoestima, con la forma en la que nos percibimos a nosotros mismos en relación con nuestra capacidad de existir, de ser válidos y de tener derecho a ocupar un lugar en el mundo.

Sentirse parte de un grupo, especialmente en el ámbito de la familia, es sentir que perteneces en tu totalidad, que puedes ser tu plenamente sin nada que ocultar ni de lo que avergonzarse; que todo está bien en ti y que no tienes que renunciar a ser quién eres para encajar o para ser amado o querido.

Sentirse parte es sentir en el cuerpo que no tenemos que estar en constante lucha por justificarnos o con la atención puesta fuera de nosotros mismos para ocultar lo que no es bien recibido y adecuarnos o adaptarnos a lo que sí. Es sentir que no es peligroso ser uno mismo o una misma.

Cuando esta experiencia sentida en el cuerpo está consolidada, nuestro yo se siente arraigado en la familia o en el grupo. Sin embargo, si especialmente nuestro entorno temprano fue ambivalente, hostil, negligente, caótico o simplemente fuimos parcialmente “aceptados y bienvenidos”, puede emerger en nosotros un sentimiento de no pertenecer, de no hay un lugar para mí; de que nuestro yo (lo que realmente somos) no es bienvenido en su propia experiencia interna. Es entonces cuando nuestra autoestima se vuelve frágil y dependiente del juicio externo, cuando sentimos que solo valemos (o somos queridos) si cumplimos determinadas condiciones, o incluso presentamos una autoestima disociada en la que conviven simultáneamente una parte nuestra que se valora intelectualmente junto a una sensación interna de indignidad, de vergüenza, de no ser suficiente o incluso de sentirse un impostor o impostora.

Todas esto se traduce en una lucha constante por validarnos a nosotros mismos, por pertenecer, por complacer a los demás o por compensar algo que no logramos nombrar del todo, pero que nos acaba pesando internamente como una especie de exilio de nuestro yo más íntimo. Como si estuviéramos creando un “saldo positivo” para compensar esa sensación de indignidad interna, de falta de valía o incluso merecimiento.

Y con todo esto, puede que nos repitamos constantemente que hemos sido unos niños o unas niñas queridas y que hemos tenido una infancia feliz donde no nos ha faltado nada, pero ese sentimiento de pertenencia de nuestro yo más auténtico no depende tanto de lo que pasó, sino de cómo interiorizamos y vivimos lo que pasó en el mismo momento en que pasó.

Sanar nuestra autoestima implica, muchas veces, recuperar internamente nuestro derecho a pertenecer con todas nuestras facetas (hayan sido o no acogidas positivamente por nuestro entorno familiar). Es una experiencia de darse pertenencia a uno mismo, de volver a habitarnos y vivirnos con toda nuestra validación y legitimidad. Es una sensación somática de arraigo interno en todo nuestro cuerpo que va mucho más allá de un ejercicio intelectual. Es recuperar nuestro derecho interno de ser contradictorios, ambivalentes, sensible, multifacéticos y, en definitiva, únicos.

Suscríbete a nuestra newsletter

Recibe contenidos e información de cursos y talleres para tu crecimiento personal y profesional

No nos gusta el SPAM. Esa es la razón por la que nunca venderemos tus datos.