El impacto de nuestra infancia en las experiencias de culpa como adultos

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Nuestra infancia tienen un impacto significativo en cómo percibimos y experimentamos la culpa así como en nuestro propio auto-concepto y la manera en la que nos juzgamos a nosotros mismos. 

En ocasiones podemos ver como el peso de las expectativas que nuestros padres depositan sobre nosotros y las críticas asociadas a todo lo que no se aproximara a ellas, contribuyen a desarrollar patrones elevados de auto-exigencia que trasladamos a nuestra vida adulta asociados a patrones de culpa cuando sentimos que no somos capaces de cumplir con las expectativas de los demás. 

Otras veces es la sobreprotección de los padres o incluso la indulgencia en una infancia temprana que dificulta, en ocasiones, una toma de responsabilidad en la vida de adulto y que conlleva culpa por no ser capaces de asumir esa responsabilidad.

También juega un papel importante los patrones de conducta que hemos visto en nuestros padres en relación a cómo manejaban ellos la culpa. 

Pero si hay algo relevante que puede afectar a esas experiencias de culpa en la vida del adulto, es el haber recibido una educación donde la retirada de amor era utilizada como mecanismo de control: "si sigues haciendo eso, mamá/papá no te querrá", la indiferencia, la ausencia de contacto o de mirada, la retirada del cariño o de los privilegio ante un comportamiento no aceptado por papá o mamá. Los niños que reciben este tipo de "castigo" son más propensos a experimentar culpa de adultos que los niños que reciben una educación basada en el diálogo. 

En el primero de los casos, la educación basada en la retirada del amor, tendemos a llevarnos la experiencia sentida (junto al conjunto de creencias asociados) de "Algo está mal en mí" en las edades más tempranas y/o "He hecho algo malo". Surgen la culpa y la vergüenza asociadas no tanto a la acción como al comentario de los padres.

En las etapas más tempranas de nuestra vida, es desesperanzador creer o pensar que nuestros padres no están bien o que hay algo malo en ellos. Necesitamos imperiosamente de ellos para sobrevivir y es mucho más fácil para el niño creer que lo malo está en el, a creer que está en sus padres y es ahí donde, muchas veces, encontramos experiencias nucleares de culpa.

El niño tiende a pensar que si hay algo malo en él, puede cambiarlo y adaptarse a los deseos de sus padres. Así mantiene la esperanza de ser visto, amado y tomado por sus padres. 

Como adultos no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos trabajar con lo que sucedió y con esas experiencias nucleares en las que se encuentra el origen de patrones de culpa o falta de merecimiento que a día de hoy ya no son funcionales. 

El trabajo terapéutico, el desarrollo personal, el entender que nosotros no somos nuestros actos así como el fomentar una mirada compasiva hacia uno mismo pueden contribuir a calmar esos sentimientos de culpa

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