El peso de las expectativas de género en el sistema familiar

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El peso de las expectativas de género en el sistema familiar

Las expectativas de género son todo ese conjunto de roles, normas y expectativas, basados en el sexo que, en la familia, te asignan al nacer. La historia familiar, el contexto cultural, social y religioso en el que vive la familia y la persona modela estas expectativas.

En muchas sociedades las expectativas de género para las mujeres incluyen roles centrados en el cuidado, mientras que se espera que los hombres sean los principales proveedores financieros de la familia. La influencia de las expectativas de género puede observarse en aspectos como la educación y la crianza, la distribución de tareas, la toma de decisiones, expectativas profesionales y educativas, identidad de género, orientación de género y dinámicas familiares, entre otras cosas.

Por ejemplo, una familia puede esperar que una hija se vista, juegue y se comporte como alguien de su sexo; que a medida que vaya creciendo se vaya haciendo cargo de ciertas tareas domésticas como poner y recoger la mesa, que estudie una carrera considerada “femenina”, que se identifique con el género femenino, se case con un hombre, respete sus decisiones, tenga hijos y que en su nueva familia ejerza el rol de cuidadora.

Cuando las expectativas y normas de género de una familia son demasiado rígidas e impositivas, estas pueden limitar la expresión individual de las personas provocando estrés y dando lugar a experiencias de rechazo, abuso o negligencia que pueden derivar en un trauma para la persona que lo sufre; especialmente si estas experiencias tuvieron lugar en la infancia o la adolescencia.

En la etapa más temprana de nuestra vida necesitamos de la familia para sobrevivir en el más estricto sentido de la palabra, y si ante la expresión natural de nuestro ser, deseos, preferencias o necesidades; experimentamos rechazo o castigo, es muy posible que nuestro instinto de supervivencia nos empuje a negar, ocultar, excluir o rechazar esa expresión natural de lo que somos. Surge, entonces nuestro yo adaptado, que además cuenta con una serie de partes protectoras de nuestra personalidad que se encargan de mantener a raya ese yo real, deseos, preferencias o necesidades que han sido tan fuertemente rechazadas por nuestro sistema familiar. Tal vez estas partes protectoras se manifiesten como vergüenza, timidez, culpa y también es probable que aparezcan partes excluidas que sienten rabia, dolor.

En algunos casos, la presión del sistema familiar para que el hijo o la hija se ajusten a los roles y expectativas de género puede contribuir a la baja autoestima, ansiedad, depresión y otros trastornos importantes como TCA o incluso pensamientos suicidas. También puede implicar un importante estrés crónico asociado a vivir en un ambiente que puede ser vivido como hostil para la persona.

Paralelamente, la necesidad de ocultar o reprimir aspectos de uno mismo para ajustarnos a las expectativas de género puede llevarnos a relaciones insatisfactorias y superficiales, tanto dentro como fuera de la familia. La falta de autenticidad en las relaciones puede, además, ser una fuente importante de dolor y soledad.

Estas expectativas de género pueden tensar las relaciones dentro de la familia, especialmente en los casos en los que no nos ajustamos a ellas o nos atrevemos, incluso, a desafiar las normas. Esto puede dar lugar al rechazo, el conflicto, asilamiento, abuso e incluso en algunos casos a la “expulsión” de la persona que se atreve a desafiar esas normas, algo que afecta profundamente al sentido de seguridad y aceptación de la persona.

El peso y la carga de estas expectativas puede impactar en la persona en forma de trauma, dependiendo de factores como la sensibilidad personal, el apoyo disponible y la rigidez de las normas de género de su entorno específico. Abordar el trauma relacionado con las expectativas de género en la familia es un proceso complejo que implica tanto trabajo personal, tiempo, como, si es posible, el cambio dentro de las dinámicas familiares y sociales. Reconocer y validar la experiencia del trauma y de lo vivido es el primer paso crucial hacia la sanación y la reconstrucción de una vida más auténtica y satisfactoria.

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