El impacto del dogma en las constelaciones familiares y en el espacio terapéutico
En ocasiones, en el ámbito de las constelaciones familiares e incluso de la terapia, observamos con cierta frecuencia la aparición de dogmas o afirmaciones rígidas que se acaban de dar por ciertas sin ningún tipo de cuestionamiento.
Frases como “siempre que pasa esto, significa aquello”, o juicios tajantes sobre dinámicas familiares, que pueden parecer útiles al principio... pero que, en realidad, pueden hacer mucho daño al proceso terapéutico.
Cuando como facilitadores nos posicionamos desde la certeza absoluta, corremos el riesgo de que la constelación (o la sesión de terapia) deje de ser un espacio de exploración para convertirse en un espacio de imposición. Esto puede silenciar la experiencia del cliente y desviar la atención de lo más importante: el proceso interno que está emergiendo en él en ese mismo momento.
Cuando el facilitador impone una interpretación, el cliente muchas veces sale del cuerpo y de la experiencia sentida, y entra en el terreno mental tratando de “entender” o “encajar” lo que se le dice. Es un mecanismo común de adaptación ante una figura de autoridad, pero lo aleja justamente del lugar donde ocurre la transformación real: la vivencia emocional y corporal. Esto puede reforzar patrones previos como la desconexión emocional, la necesidad de complacer o la autoanulación frente al otro. Motivos que, por otra parte, muchas veces son parte del asunto que está tratando.
Además, sistémicamente, cuando adoptamos un dogma, sin darnos cuenta nos colocamos en una posición de superioridad dentro del sistema terapéutico. Dejamos de ver al cliente como alguien con recursos, historias y sabiduría interna y empezamos a tratarlo como alguien que debe “entender” o “aceptar” lo que mostramos. Esta actitud rompe el equilibrio entre dar y recibir, y puede generar en el cliente sentimientos de desvalorización, confusión o incluso retraimiento emocional. Lo que debería ser un espacio de empoderamiento se convierte en una relación jerárquica donde el cliente pierde contacto con su propia autoridad interna.
Pero si vamos más allá, si partimos de la base de que las constelaciones familiares tiene una naturaleza fenomenológica, esa rigidez, ese deseo de imposición de reglas de tres, va totalmente en contra de esa fenomenología que nace de una presencia abierta del facilitador.
Desde una mirada más clínica, esto también puede estar vinculado a ciertas formas de contratransferencia, donde el terapeuta, en lugar de sostener la escucha abierta y estar abierto al no saber, proyecta necesidades propias de control, certeza o autoridad sobre el cliente.
Por eso, en nuestra formación, trabajamos con especial cuidado para evitar caer en este patrón. Nuestra propuesta es la de apostar por una práctica que respete la complejidad de cada sistema familiar y cada individuo, que escuche lo que se mueve en el campo con humildad, y que reconozca que no hay una única verdad, sino múltiples capas de un sentido que el cliente dota de contenido.
Y si, en nuestra formación, este patrón aparece, ya sea en el rol de facilitador o como parte de tu proceso como estudiante, también lo trabajaremos. Habrá espacio para ello y no trataremos de rechazarlo o excluirlo, sino que lo integraremos como parte de ese camino de conciencia y maduración profesional.
Porque sólo así las constelaciones y la práctica terapéutica pueden ser una herramienta profunda, ética y auténticamente transformadora.
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