Etapas del desarrollo de la conciencia
Hace un tiempo leí un libro de Wilfried Nelles que realmente me maravilló y que utilizo muchísimo en terapia y en mi día a día. Este libro me permite entender el espacio desde el que opero y me relaciono en mi día a día y a su vez creo que sirve también para que mis clientes de terapia puedan entenderlo. Su título es “La vida no tiene marcha atrás”.
Este precioso título esconde una maravillosa reflexión sobre la evolución de la conciencia desde la mirada sistémica y la espiritualidad, analizando cómo nuestras experiencias vitales y las dificultades y desafíos que enfrentamos a lo largo de nuestra vida moldean nuestra propia conciencia.
El desarrollo humano es un proceso de maduración continuo que no se puede revertir. Aunque ese proceso no es siempre lineal, y no siempre coincide con nuestra edad física o biológica; cada fase va a constituir un mayor grado de integración y de comprensión tanto de uno mismo como de la propia vida, entendiendo la vida como algo que siempre es más grande que nosotros y sobre la cual no tenemos poder ni control, por lo que la única opción que nos queda es "rendirnos" y decir sí a lo que es.
Durante nuestra vida y desarrollo como humanos podemos pasar por diferentes etapas o fases en el desarrollo de nuestra conciencia: la etatpa simbiótica, la del niño, del adolescente, adulto y la madurez.
La conciencia simbiótica
Este desarrollo humano (y de la conciencia) del que habla Nelles, comienza con la etapa simbiótica. Esta etapa abarca desde nuestra estancia en el útero materno hasta los primeros meses de vida, nuestra etapa de bebé.
La principal característica de esta etapa es la fusión total y absoluta con nuestra madre. No tenemos una conciencia clara de ser algo diferente a nuestra madre, no tenemos un yo definido y experimentamos la vida como un continuum de necesidades y sensaciones.
En esta etapa de la vida necesitamos imperiosamente de otra persona para sobrevivir y nuestro principal desafío va a ser el de desarrollar un sentido básico de confianza en la vida, en los demás y en el entorno a través del amor y de los cuidados recibidos. Estos cuidados y este amor no siempre son dados ni proporcionados de manera adecuada y, cuando esto sucede impacta poderosamente en nosotros.
La conciencia infantil o del niño
En esta etapa del desarrollo humano y de la conciencia comienza ya a emerger una conciencia clara del yo. El niño comienza a construir su identidad inicial, una identidad que se adapta y se moldea a través de las interacciones con sus padres o cuidadores principales e incluso otras figuras de autoridad como profesores, mentores, etc...
Durante esta etapa la dependencia física sigue estando muy presente. El niño necesita sentir que "pertenece", y que no peligra su pertenencia, para sentirse seguro y poder desarrollarse adecuadamente. En este estado de conciencia, buscamos constantemente la aprobación de los demás para sentir que no hay riesgo de perder la pertenencia.
Curiosamente esa necesidad de aprobación constante es algo que, en muchísimas ocasiones arrastramos hasta nuestra edad adulta. Cuando esto sucede, a mí me resulta muy útil recordarla para darme cuenta de que, a pesar de que soy adulta, puedo estar entrando temporalmente en esa etapa de la conciencia. Esto me recuerda que, quizás, haya algo relacionado con mi infancia que está siendo detonado y que, quizás todavía no esté resuelto; un tema que puedo llevar a terapia y trabajarlo desde mi yo adulto.
En esta etapa de desarrollo de la conciencia, el principal desafío al que nos vamos a enfrentar es el de establecer una base de seguridad emocional y de pertenencia dentro del sistema familiar. De nuevo, esto no siempre es posible y cuando no se pudo dar o tener en la infancia, el desarrollo personal y la terapia pueden ayudarnos a hacer crecer esa base de seguridad emocional en nosotros mismos.
La conciencia del adolescente
En este modelo que nos trae Nelles, la etapa de la conciencia del adolescente ocupa un lugar central y fundamental. Es un punto de inflexión en el que transicionamos de la independencia emocional de la familia, al desarrollo de una identidad propia totalmente autónoma.
Al mismo tiempo es una etapa cargada de frustración. Por un lado anhelamos sentirnos libres y ser nosotros mismos, pero por otro lado sentimos que aún dependemos de la familia. Nos movemos claramente entre dos lealtades: la lealtad hacia nosotros mismos vs la lealtad al sistema familiar ya que aún necesitamos e incluso anhelamos la pertenencia.
En esta etapa de desarrollo de la conciencia tenemos una idea muy clara de cómo tienen que ser las cosas, y este ideal muchas veces entra en conflicto directo con lo que es y con las normas, valores y creencias del sistema familiar. Es una etapa de exploración de límites, en ocasiones de rebeldía y de ver hasta donde se puede tensar la cuerda.
Tal y como sucede con la etapa infantil, en ocasiones no llegamos a adentrarnos en esta etapa, o incluso podemos saltárnosla ligeramente. Una infancia con carencias emocionales, donde se ha visto peligrar la pertenencia o unas circunstancias en las que hemos tenido que, desde pequeños, ocupar directamente un rol de adulto impropio de un niño, puede estar detrás de estas dificultades para adentrarse y vivir la conciencia del adolescente.
Los principales desafíos a los que nos enfrentamos en esta etapa de la conciencia son varios:
- La confrontación con el sistema familiar en esa búsqueda de nuestra propia identidad.
- La emocionalidad que conlleva la frustración y el deseo de querer ser libres y nosotros mismos, y al mismo tiempo sentir que seguimos dependiendo del sistema familiar.
- El choque que se produce entre la tendencia del adolescente de saber cómo tienen que ser las cosas y la propia realidad.
El estado de conciencia del adulto
Una vez transitado el estado de conciencia del adolescente, nos adentramos en el estado de conciencia del adulto. Esta etapa está fuertemente marcada por la toma de responsabilidad. Como adultos ya no dependemos de nuestros padres y, por tanto, es hora de asumir nuestras propias responsabilidades. Si no hemos recibido en la infancia o en la adolescencia aquello que desearíamos haber recibido de nuestro padres, es hora que lo asumamos y dejemos de pedir a nuestros algo que parece que no han podido o querido darnos. Toca tomar la responsabilidad de nuestra vida, cubrir nuestras carencias y nuestras propias necesidades y deseos.
Ese tomar responsabilidad implica, sobre todo, hacernos cargo de la vida que deseamos llevar y construir. Es una etapa en la que tomamos decisiones acerca de nuestra profesión, la familia, las relaciones; y en la que, además, comienza a surgir una cierta necesidad de tener un propósito vital e incluso de contribuir al mundo o la sociedad.
El estado de conciencia del adulto es un estado de aceptación, de un sí a lo que es. Soltamos la necesidad de querer tener el control de todo para comenzar a fluir con la vida y con lo que esta nos trae. Es el estado de conciencia en el que comenzamos a asumir nuestro lugar en la vida, a respetar el camino evolutivo de otras personas sin querer cambiarlo y sin tomar mochilas que no son las nuestras. Aceptamos la vida tal como es, con sus luces y sus sombras.
Esta etapa de aceptación no implica conformidad, sino un rendirse activo en el que dejas de resistirte y de luchar contra lo que es orgánico y no puedes cambiar. Recuperas tu atención atrapada en esa idea de que las cosas tienen que ser como tú crees que tienen que ser, y la diriges hacia la toma de responsabilidad por la vida que deseas crear. Dejas de esperar que los otros cambien, dejas de pelearte con el mundo y con la vida y dejas atrás las luchas del ego. Ahí está el auténtico desafío de esta etapa del desarrollo de la conciencia.
Esta es la etapa en la que comenzamos a interesarnos y enfocarnos en cuestiones más profundas como la espiritualidad y el sentido de la vida.
La conciencia plena
Esta etapa representa el estado de conciencia más avanzado en el desarrollo humano. Se trascienden las identificaciones del ego y las principales preocupaciones de la vida para fluir plenamente al servicio de la vida.
Dejamos de identificarnos con nuestra propia historia personal y empezamos a reconocer que somos mucho más que eso y que nuestra verdadera esencia va más allá de esas narrativas. Vivimos en lo que, en terapia, llamamos nuestro yo esencial que es capaz de integrar y tomar todas y cada una de nuestras partes de la personalidad con amor, compasión, empatía y ternura.
En esta etapa de la vida no luchamos contra la vida ni contra lo que es, sino que hay un rendimiento y una aceptación plena. No hay una proyección a futuro, sino que vivimos plenamente en el presente y sin resistencia a lo que es. De nuevo, esta aceptación plena no implica resignación ni pasividad, sino una confianza plena y absoluta de que la vida tiene sus propios planes y todo tiene un orden natural.
Este estado de conciencia implica, además, trascender la separación del otro y surge una sensación de unidad y pertenencia al todo. Dejas de buscarle un significado externo o un propósito a la vida y pasas a darte cuenta de que el significado o el propósito de la vida se simplemente vivirla y ser realmente quién eres.
Estos estados de conciencia por los que hemos pasado en este artículo no son estados de conciencia que se puedan alcanzar a través del "esfuerzo". El esfuerzo es un asunto del ego. Solo pueden alcanzarse a través de la vivencia, la aceptación y la integración de cada una de las etapas.
Aún así, puede que hoy en día nos demos cuenta de que en una semana, un día o una hora podemos movernos entre diferentes estados de la conciencia. En un momento estamos en el estado de conciencia del adulto y de repente nos adentramos en el estado de conciencia del adolescente resistiendo profundamente una experiencia porque, quizás, aún todavía tenemos algo que integrar. Cuando esto sucede, simplemente podemos estar transicionando entre estados. Cada etapa tiene un sentido y un propósito en sí misma y el objetivo de la vida es, simplemente vivirla.
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