Cuando la meditación se convierte en una huida
De un tiempo a esta parte parece que esto de la Meditación y el Mindfulness se ha puesto de moda y además parece que mola reconocerlo en plan “¡¡¡Ey hola, me llamo Pepi y medito!!!”. Se está convirtiendo en algo tan mainstream como llevar zapatillas sin calcetines en pleno invierno y ha dejado de ser algo típico de la gente “hierbas” o “new age“…. Sin ir más lejos, hoy en día, ya te encuentras universidades de prestigio donde hasta puedes cursar programas académicos en el que el Mindfulness es el hilo conductor… quién nos lo iba a decir ¿verdad?
La ciencia ya se ha encargado de demostrar los beneficios que la meditación puede aportar al ser humano, e incluso si en Google haces la búsqueda “persona más feliz del mundo” aparece Matthieu Ricard, un monje tibetano de 70 años que asegura que su felicidad radica en el ejercicio de la meditación. Fue en el año 2004 cuando un neurocientífico de la Universidad de Wisconsin llenó la cabeza del bueno de Matthieu de sensores para evaluar su celebro mientras meditaba y llegó a la conclusión de que su cerebro estaba relajado, feliz y atento cuando meditaba. No obstante, yo pienso, que para otorgar el título de “El hombre más feliz del mundo” quizás deberían habernos hecho el mismo estudio a todos…. Más que nada porque como hoy en día hay tantísima gente que medita, lo mismo se encuentra a alguien que sea más feliz que Matthieu.
He de reconocer que, a mí también la meditación me sienta y me ha sentado muy bien. Empecé con prácticas meditativas o de introspección en la adolescencia y aunque mi relación con la meditación ha tenido sus altibajos, de alguna manera o de otra ha estado siempre en mi vida con poca, regular, mucha o muchísima intensidad; pero a título personal sí que me gustaría compartir algunas cuestiones que, en ningún caso se trata de críticas hacia la meditación, sino únicamente de consideraciones de las que he ido tomando conciencia a lo largo de estos años de relación con la meditación.
Para mi, la meditación, no tiene defectos; pero sí lo puede tener la forma en la que nos aproximamos e incluso nos “enganchamos” a ella y precisamente estas dos cuestiones puede hacer que la meditación se convierta en algo así como un arma de doble filo cuando en realidad se trata de una práctica que asépticamente sólo puede traernos beneficios. Comienzo:
La meditación, además de sus múltiples beneficios fisiológicos, es una vía que puede contribuir a paliar o calmar el sufrimiento (ojo que no es lo mismo dolor que sufrimiento). La meditación alivia, calma y te da paz. Y estos efectos tan positivos y beneficiosos pueden acabar convirtiéndose en una trampa si recurrimos a la meditación como un mecanismo de huida para evitar mirar o trabajar una herida. Puede darse el caso en el que nos enganchemos a la meditación como un medio para apaciguar los síntomas de esa herida y simplemente dejemos de abordar el trabajo personal, terapéutico y de crecimiento que supone el ocuparse de la herida.
Puede darse el caso, también, de que confundamos el hecho de vivir con la propia herida y que no seamos consciente siquiera de la existencia propia herida. La meditación, entonces, se convierte en un medio para huir hacia afuera. Rehusamos mirar la herida y nos limitamos a centrarnos en aquella parte de la práctica meditativa que contribuye a reducir el sufrimiento; de la misma manera en la que una persona con dolor se engancha a un analgésico. Sé que en ocasiones no es fácil mirar la herida, pero no hacerlo es excluir una parte muy importante de nosotros.
En este caso, entramos entonces en una dinámica en la que sólo encontramos La Paz, la calma y la tranquilidad a través de una práctica meditativa cada vez más intensa que a la vez nos lleva a eludir ciertas responsabilidades.
Algo parecido puede suceder cuando estamos inmersos en una realidad que no nos gusta o no nos agrada. De nuevo aquí la meditación nos conecta con ese espacio de paz; pero esta vez lo usamos como una maniobra de escape para evitar hacer frente a una situación que en ocasiones se nos antoja complicada e incluso kármica. No nos gusta el mundo en el que vivimos o la realidad que estamos experimentando y de nuevo huimos a través de la meditación produciéndose un desarraigo de la realidad.
Terminamos viviendo más “en las estrellas” que en lo que podríamos catalogar como el “mundo real” y podemos llegar a considerar real ese mundo más próximo a las estrellas que lo que podría catalogarse como la realidad de ahí fuera. Claro que para seros sinceros ¿qué es lo realmente real?. De todas formas la consecuencia de esa huida (hacia adentro en este caso) no es otra que el desarraigo o desenraizamiento, el no estar con los pies en la tierra. Nos encerramos en ese mundo cuasi-onírico y a esa huida de la realidad le sucede un profundo sentimiento de soledad y de añoranza que puede llegar incluso a reforzarnos la sensación de que no acabamos de encajar en este mundo; cuando en realidad, es posible que seamos nosotros mismos los que estamos excluyéndonos del mundo… y detrás de esto también hay otra herida.
En estos casos, la meditación se acaba convirtiendo en una huida y, en mi opinión, siempre que huimos a través de la meditación estamos huyendo de nuestra propia naturaleza humana y en el fondo de nosotros mismos. Desde mi punto de vista nuestro trabajo, nuestro desarrollo personal y espiritual en esta vida consiste en tomar responsabilidad sobre nosotros mismos. Asumir cada vez un mayor grado de compromiso con lo que realmente somos, con nuestra humanidad y las heridas propias de nuestra propia naturaleza humana. Nuestro trabajo es trascender esas heridas, pero no ignorarlas.
Finalmente, me gustaría comentar que de nuevo lo que comparto es meramente una reflexión personal basada en mis propias vivencias y en lo que he podido ver en mí y/o en otros compañeros de meditación durante estos años.
Hubo una época de mi vida en la que me retiré del mundo durante 5 años … fue una época maravillosa donde viví más en “el cielo” que en “la tierra”. Una época donde me refugié en la meditación, el kundalini yoga y el estudio de la conciencia como una manera de huir de un mundo que no me gustaba y de algunas que otras heridas a las que no quería mirar o tan siquiera era consciente de que tenía. Fue una etapa que me enseñó mucho y dónde aprendí mucho; pero mi verdadero aprendizaje vino cuando decidí bajar de la montaña para aprender a vivir, de alguna manera, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. A medida que fui bajando a tierra y trabajando heridas, mi relación con la meditación fue cambiando y hoy en día es esa puerta que me permite conectar con mi esencia, conectar con el Amor en grado Sumo y con ese maravilloso universo que hay dentro de cada uno de nosotros. La meditación es, está y siempre estará ahí para que sea como sea acudamos a ella.
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