Contracción y expansión, el ritmo de la vida
Las piñas del abeto del jardín de mi casa están verdes y crecen por días. Yo diría que a razón de 1 centímetro diario. El fin de semana pasado apenas eran unos brotecillos en la punta de las ramas y ahora son perfectamente distinguibles en la distancia.
No me cabe ninguna duda de que el propósito del abeto es crecer. Incluso cuando no salen brotes nuevos porque estamos en medio del más gélido invierno, el abeto sigue creciendo. Los tiempos quizás no sean propicios para exteriorizarlo pero siempre me imagino que acumula su energía y su potencial para los días propicios para la expansión. Es un movimiento de contracción y expansión; porque la vida es contracción y expansión.
En el ser humano la vida se desarrolla igual, con su expansión y contracción. La única diferencia entre el abeto y nosotros es que el abeto, cuando llega la contracción, no se resiste, no patalea, no se desespera. Simplemente permanece en la contracción, es abeto en la propia contracción y para él es algo tan natural como para nosotros lo es el latir de nuestro corazón y el inflarse y desinflarse de nuestros pulmones. Gracias a que no nos resistirnos a la contracción y a la expansión de esos dos órganos vitales, estamos fisiológicamente vivos.
En nuestro caso no siempre sucede tan fácil. El propio devenir de nuestras vidas tiene expansiones y contracciones y quizás este devenir no sea tan predecible como las estaciones del año o el latir de nuestros corazones.
A nosotros, los humanos, no sólo nos gusta mucho más la expansión que la contracción sino que la gran mayoría de las veces nos rebelamos contra la contracción y pataleamos un poco y en ocasiones mucho. Y quizás estar vivo…o más bien sentirse realmente vivo tenga que ver con eso, con que al patalear en la contracción estamos negando el propio movimiento de la vida y con que estar vivo significa entregarnos sin reparos al movimiento de la Vida.
Creo que era un tal Buda el que decía eso de “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.
Nos puede doler la contracción, pero el sufrimiento de resistirse a lo que sucede está en nuestra mano evitarlo.
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