Aceptación y auto-aceptación

No sé si te ha pasado pero a mí, en mi viaje por esta vida a menudo me he encontrado entre la encrucijada entre la realidad de mi ser interior y las múltiples máscaras que vivimos en el día a día. Un desgarramiento entre lo que soy genuinamente y lo que proyecto o lo que creo que debo ser.

En la esencia, en nuestro auténtico ser, hay una verdad que siempre se mantiene firme y pura, que no está contaminada por expectativas externas, o por los dictados de la sociedad. Pero lo cierto es que, en ocasiones, esta verdad se ve nublada por los "deberíamos ser" y acabamos convirtiéndonos en prisioneros de un yo construido, de una identidad forjada en el fuego de las normas sociales, el miedo a no ser queridos y las obligaciones impuestas y auto-impuestas.

Cuanto más nos alejamos de nuestra esencia, más acabamos sintiendo la angustia de haber perdido el contacto con nosotros mismos.

Del mismo modo, el sufrimiento surge cuando resistimos la realidad de lo que es, cuando nos aferramos a la esperanza de lo que queremos que sea, en lugar de abrazar lo que realmente es. Hay una gran libertad espiritual en el acto de aceptación, en reconocer la divinidad en el orden natural de la vida, incluso cuando no se alinea con nuestros deseos personales.

La distancia de la que hablo es, por tanto, no solo una brecha en nuestra psique, sino también un espacio para nuestro crecimiento y la transformación espiritual. La reducción de esta distancia, tanto interna como externamente es también un retorno al Todo, un recordatorio de nuestra interconexión con el universo y nuestra naturaleza divina.

Es en la aceptación de nuestra autenticidad donde encontramos paz, y es en la aceptación de la realidad donde encontramos sabiduría.

Cuando alineamos nuestra expresión externa con nuestro ser más profundo, y cuando dejamos de luchar contra lo que es, encontramos una armonía que resuena con el Todo. En esta unión, en este estar presentes y ser auténticos, podemos encontrar no solo paz, sino también un sentimiento de estar viva profundo y perdurable.